Vuela alto, Juan Manuel Pulache
Despedirse para siempre de un gran amigo no es fácil, es una tarea dura, que aunque es parte de la vida -uno nunca termina por acostumbrarseespecialmente cuando se trata de una persona tan querida y reconocida en la ciudad.
Juan Manuel Pulache dejó este mundo a los 61 años, luego de haber apoyado a cientos de generaciones debido a su preparación -con 25 años como docente en la Facultad de Comercio y 27 en Conalep-. Siempre he creído que cada persona tiene dones y “Meño” -como algunas personas le decíamos de cariño- le entregó su vida a sus alumnos quienes hoy lo recuerdan con admiración.
Una persona culta, inteligente y de mundo, con quien tuve la fortuna de compartir momentos, historias, cafés, libros, gastronomía y cultura; desde que lo conocí supe que era especial, que miraba al mundo diferente y que siempre daba lo mejor en cualquier área que se desenvolviera.
Un hombre exito- so, perfeccionista, con una mentalidad única para reflexionar acerca de la vida y quien vivió los últimos momentos a lado de su familia quienes estaban sumamente orgullosos de él -al igual que quienes lo conocimos-.
Recuerdo nuestra última charla y tal como si fuera la escena de una película -me quedo con su última sonrisa, con sus palabras, sus consejos y hasta sus chistes pues siempre tenía un comentario ameno, adecuado e incluso sarcástico para mejorar el día. Y aunque no tuve la oportunidad de acompañar a mi gran amigo y a su familia en su sepelio debido a que estaba contagiada por covid, hoy desde esta columna quisiera brindarle un homenaje, uno que sea eterno, como su recuerdo.
Alguna vez leí que: “Los buenos profesores son aquellos que se usan como puentes para invitar a los alumnos a cruzar al otro lado”, y Juan Manuel logró su misión en la vida a través de ellos, de su pasión por su trabajo y su excelente desempeño dentro del magisterio.
Y aunque nosotros nos quedemos de “este lado”, pienso que será difícil dejarlo ir debido al inmenso cariño que dejó esparcido, porque la huella que dejó es imborrable y quienes lo conocimos podemos entenderlo. El pasado 8 de septiembre -escoltando quizás a la Reina Isabel y con la certeza de haber vivido la vida que quiso- dijimos adiós al maestro, al hermano, al hijo, al amigo: Descansa en paz; un beso hasta el cielo.
Despedirse para siempre de un amigo no es fácil, es
una tarea dura