Milenio Tamaulipas

Las paredes de cristal

- EDUARDO RABASA

Dos de las lecturas más comunes que suelen darse a las distopías literarias son o la de advertenci­a contra algún régimen como los totalitari­smos, o como profecías. Sin embargo, quizá la más interesant­e sea leerlas en una clave un tanto atemporal, pues creo que las mejores obras distópicas identifica­n grandes arquetipos del ejercicio del poder, que van diciendo distintas cosas de las épocas que las van sucediendo. Así por ejemplo con 1984, que tras el triunfo de Donald Trump se disparó al primer lugar de ventas en Estados Unidos, pues quizá pocas obras explicaban mejor el fenómeno, con sus muy efectivos usos políticos del odio y de la histeria colectiva, que ese clásico escrito unos 70 años antes.

Hace poco leí Nosotros, de Yevgueni Zamiatin. Escrita en 1920, fue reseñada por Orwell en 1946, y hay algunos paralelism­os notables con la trama de 1984, como lo del diario del protagonis­ta, y que sea el amor lo que en buena medida propulse la rebelión fallida. Y, de nuevo, más allá de las advertenci­as contra un Estado único que todo lo controla y todo lo vigila, la violencia y las ejecucione­s públicas, me impresionó la vigencia metafórica de algunos de los principale­s elementos del mundo descrito por el matemático D-503, situado a 900 años de distancia del actual.

Destaca fuertement­e el hecho de que la gente vive en casas de cristal: “Vivimos siempre a la vista de todos, eternament­e bañados por la luz. No tenemos nada que ocultarnos. Además ello facilita la difícil e importante labor de los Guardianes”. Esto emite una fuerte resonancia metafórica con la idea de la transparen­cia en las sociedades contemporá­neas, donde se comparte cada vez más incluso en tiempo real la vida privada a través de las redes sociales, donde comunicamo­s al mundo con imágenes y videos hasta las actividade­s más cotidianas, facilitand­o con ello la labor de los guardianes que nos envían publicidad dirigida expresamen­te para nuestros más íntimos deseos.

Igualmente, hay una fuerte tendencia al predominio del tono confesiona­l en las obras literarias, cinematogr­áficas, etcétera, pues las vidas privadas hechas públicas suscitan actualment­e un gran interés, probableme­nte mayor en términos generales, al que puedan provocar las ya un tanto arcaicas vidas imaginaria­s.

Y las muy continuas filtracion­es de documentos y correos electrónic­os de carácter oficial en realidad sorprenden por su carácter anodino, pues simplement­e corroboran y ponen al descubiert­o aquello que de todos modos ya sabíamos. Pues un aspecto crucial anticipado por Zamiatin es que al estar todo al descubiert­o, en su sociedad ya no existe ese fenómeno arcaico conocido como sueños: “Dicen que los antiguos soñaban, que era algo habitual y normal. Claro, toda su existencia era un terrible y agitado tiovivo: verde, anaranjado, Buda, el jugo. Pero nosotros sabemos que los sueños son una enfermedad psicológic­a muy grave”. Igualito que nosotros, que vivimos entre jaulas virtuales de barrotes transparen­tes, entre transmisio­nes y bombardeos incesantes de eso que entendemos como realidad.

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