Las paredes de cristal
Dos de las lecturas más comunes que suelen darse a las distopías literarias son o la de advertencia contra algún régimen como los totalitarismos, o como profecías. Sin embargo, quizá la más interesante sea leerlas en una clave un tanto atemporal, pues creo que las mejores obras distópicas identifican grandes arquetipos del ejercicio del poder, que van diciendo distintas cosas de las épocas que las van sucediendo. Así por ejemplo con 1984, que tras el triunfo de Donald Trump se disparó al primer lugar de ventas en Estados Unidos, pues quizá pocas obras explicaban mejor el fenómeno, con sus muy efectivos usos políticos del odio y de la histeria colectiva, que ese clásico escrito unos 70 años antes.
Hace poco leí Nosotros, de Yevgueni Zamiatin. Escrita en 1920, fue reseñada por Orwell en 1946, y hay algunos paralelismos notables con la trama de 1984, como lo del diario del protagonista, y que sea el amor lo que en buena medida propulse la rebelión fallida. Y, de nuevo, más allá de las advertencias contra un Estado único que todo lo controla y todo lo vigila, la violencia y las ejecuciones públicas, me impresionó la vigencia metafórica de algunos de los principales elementos del mundo descrito por el matemático D-503, situado a 900 años de distancia del actual.
Destaca fuertemente el hecho de que la gente vive en casas de cristal: “Vivimos siempre a la vista de todos, eternamente bañados por la luz. No tenemos nada que ocultarnos. Además ello facilita la difícil e importante labor de los Guardianes”. Esto emite una fuerte resonancia metafórica con la idea de la transparencia en las sociedades contemporáneas, donde se comparte cada vez más incluso en tiempo real la vida privada a través de las redes sociales, donde comunicamos al mundo con imágenes y videos hasta las actividades más cotidianas, facilitando con ello la labor de los guardianes que nos envían publicidad dirigida expresamente para nuestros más íntimos deseos.
Igualmente, hay una fuerte tendencia al predominio del tono confesional en las obras literarias, cinematográficas, etcétera, pues las vidas privadas hechas públicas suscitan actualmente un gran interés, probablemente mayor en términos generales, al que puedan provocar las ya un tanto arcaicas vidas imaginarias.
Y las muy continuas filtraciones de documentos y correos electrónicos de carácter oficial en realidad sorprenden por su carácter anodino, pues simplemente corroboran y ponen al descubierto aquello que de todos modos ya sabíamos. Pues un aspecto crucial anticipado por Zamiatin es que al estar todo al descubierto, en su sociedad ya no existe ese fenómeno arcaico conocido como sueños: “Dicen que los antiguos soñaban, que era algo habitual y normal. Claro, toda su existencia era un terrible y agitado tiovivo: verde, anaranjado, Buda, el jugo. Pero nosotros sabemos que los sueños son una enfermedad psicológica muy grave”. Igualito que nosotros, que vivimos entre jaulas virtuales de barrotes transparentes, entre transmisiones y bombardeos incesantes de eso que entendemos como realidad.