Marzo otro poco
Temo que hay mucha gente decidida a jugar con los dados marcados y un revólver debajo de la mesa...
Marzo del ‘24. Ya están aquí los síntomas. Despierta uno cansado, atarantado y al propio tiempo inquieto. ¿De qué no me he enterado, por lo pronto? ¿Llego tarde al primer escándalo de hoy, o será día feriado para los bufones? “Ahórrate el sarcasmo”, me aconsejo, para disimular el despropósito de estar tan enchilado tan temprano, y enciendo el celular para leer unas cuantas columnas de opinión. Llámenme masoquista, pero así cuando menos puedo armarme de motivos más sólidos y vigentes para legitimar el mal sabor de boca que la pasta dental no acaba de quitarme. Me gustaría incluso que me preguntaran si acaso estoy de malas, sólo para decirles: “Sí, ¿y qué?”
La incertidumbre es una comezón contagiosa. Especialmente en tiempos de elecciones, cuando no faltan quienes nos insistan en el presunto aspecto moral de nuestra decisión. Pues en los polos de esta competencia hay legiones de gente convencida de que el voto es un tema de bondad o maldad. Minorías tiránicas, mayorías robóticas. Votar en contra de ellos y sus creencias tiene que ser por tanto un pecado social y merece sus peores invectivas. Vamos, la sola idea de no tener bien claro por quién vas a votar les parece una prueba de ruindad. “¡Pero si está muy claro!”, te recriminarán, con la convicción de un terraplanista.
No sé cuántos amigos perderé de aquí a junio, ni a cuántos miserables oiré hablar bonito de las mismas propuestas con las que simpatizo, pero en primer lugar no he formado una secta con mis amistades, y en segundo lugar, hasta donde yo sé, mi voto no me hará parte de un club, ni me empata con nadie que vote como yo. Esos estereotipos son tretas del fascismo más silvestre y acusan una lógica similar a la del hincha puro que te adora o te escupe según sea el equipo de tu preferencia. Yo voto por quien quiero, no faltaba más, y si acaso les cuento por qué partido lo hice ya sabré si les digo la verdad. “Libre y secreto”, reza la ley electoral.
¿Por qué, entre más seguros se juran
¿Por qué, entre más seguros se juran los fanáticos, menos paciencia tienen para sus contrincantes?
los fanáticos, menos paciencia tienen para sus contrincantes? Porque la incertidumbre los carcome: no serían fanáticos si pudieran con ella. Se prefiere a menudo dar por cierto lo falso, antes que abandonarse a merced del azar. Igual que sus colegas, los predicadores, los demagogos tienden a expresarse con la certeza intensa del pastor. Y no faltan ovejas convencidas de la necesidad de dar por buenas sus paparruchadas, con tal de no seguir viviendo con las dudas. Puesto en términos píos, si ya vieron La Luz, ¿cómo van a apagarla?
Y ya que andamos en lo ultraterreno, no estaría de más preguntarse qué va a pasar con tantos muertos entre los candidatos. ¿Es plausible pensar en cualquier forma de sufragio efectivo ahí donde se vota con plomazos? Tal parece que pronto sólo podrá aspirar a un cargo público quien tenga el visto bueno y el apoyo de una gavilla de maleantes y asesinos. Y si así no lo hiciere, que el sicariato se lo demande. It’s only money, ¿cierto?
Temo que hay mucha gente decidida a jugar con los dados marcados y un revólver debajo de la mesa. Hay una virulencia en el ambiente que en cuestión de semanas lo hará menos y menos respirable. Lo dicen las encuestas, a tal grado sesgadas y disímbolas que ya pocos les creen, y eso por meras ganas de creer. Mal podemos dar crédito, además, a las respuestas de una población que se ha ido enseñando a vivir entre la desconfianza y el pavor.
Con estos pensamientos lidio cada mañana. Pasado el desayuno, creo haber recobrado la cordura. O la calma. O cuando menos la concentración. Aunque tampoco espero que me dure, si nada más estalle el próximo petardo informativo, seré otra vez rehén del desconcierto y acabaré insultando —por la noche, a la hora del noticiero— a la pantalla de televisión. Yo no quería estar loco, me obligaron.