El extremismo nos avasalla
Premiar el extremismo y castigar la moderación es una moda dañina. Yo suelo decir, en el terreno de las ciencias sociales, que si la verdad tuviera domicilio viviría en el justo medio. Vamos, pienso que es mejor la mesura que la desmesura. Lejos de presuponer tibieza, el compromiso con el equilibrio exige más esfuerzo y coraje que el facilismo extremista. La socialdemocracia, por ejemplo, es intelectualmente más demandante que los dos monopolios de coherencia —Roger Bartra dixit—, cuyos seguidores no tienen que hallar respuestas más allá de sus teóricos de cabecera.
El imaginario colectivo, a menudo moldeado en el binarismo del blanco y negro, suele ser alérgico a los matices. No son raros los momentos en la historia en que la humanidad vuela sin escalas de un fanatismo a otro, y el que vivimos es uno de ellos. Estamos atrapados entre la ola neoliberal y la resaca populista. Por eso celebro que el presidente de Estados Unidos haya asumido en su último informe la defensa de una agenda socialdemócrata. Su discurso fue valiente; competir así con el maniqueísmo de Donald Trump es nadar contra la corriente de la irracionalidad imperante. Joe Biden refutó el manual del populismo: en vez de decirle a la gente lo que quiere oír le dijo lo que necesita escuchar. Sí, hay coyunturas en que el líder debe conducir a su pueblo, particularmente en épocas de exaltación y ofuscación popular. Un estadista no medra políticamente con la ira colectiva; elude la demagogia y se arriesga a la impopularidad antes que alentar la marcha al abismo.
Me santiguo al proferir semejante incorrección política: a veces, en un régimen democrático, los menos guían a los más. Si esa vanguardia yerra, tarde o temprano la mayoría enmienda el rumbo; si acierta, lo hace suyo. De no haber porfiado Benito Juárez, a contrapelo de la devoción de las masas católicas, en la separación de Estado e Iglesia en México, el reloj de nuestra secularización se habría atrasado un siglo. Esa pauta de liderazgo
Lo electoralmente
rentable es un discurso de odio e invocar los peores instintos de la gente
responsable es hoy más necesaria que nunca. Solo con gobernantes dispuestos a poner en riesgo su permanencia en el poder para librar a la sociedad de las nuevas expresiones del extremismo podremos salvar a la democracia.
Hace algunos años, en las contiendas electorales, quien conquistaba a los votantes “intermedios” ganaba la elección. Ahora la polarización instiga la extinción del centro: se apela exclusivamente al voto duro y ya nadie intenta acercarse a quienes se sitúan entre los extremos. Lo electoralmente rentable —y lo irresponsable— es adoptar un discurso de odio, atizar el miedo e invocar los peores instintos de la gente. Es la receta populista que aplica Trump: posverdad montada en racismo y xenofobia. Por eso aplaudo que Biden no haya encarado al engendro populista en su State of the Union Address con el extremismo woke sino con una propuesta socialdemócrata, y hago votos porque en México suceda algo similar.
PD: AMLO concluyó que la “verdad histórica” de Ayotzinapa
_ ocultó la complicidad militar, pero decidió no llevar su conclusión a sus últimas consecuencias: prefirió contrariar a los padres de los 43 antes que a las Fuerzas Armadas. O se militariza o se busca la reivindicación social, y él eligió militarizar a México. Todo lo demás es secuela de esa elección.