¿Por qué añoramos la infancia?
Hace días fui a casa de un amigo, y me recibe una niña, hija de una chica que les ayuda en casa. Le pregunté por la paloma, un ave que tienen de mascota y sin conocerme me dice con toda naturalidad, “mira, acá está; pásale si quieres” y me lleva a ver al animalito.
Me enterneció muchísimo su gesto y su naturalidad. ¿Qué es ese algo que nos maravilla tanto de los pequeños? ¿Por qué añoramos esa etapa? Fundamentalmente porque no estábamos interesados en agradar a los demás. No despertábamos cada día a revisar el celular y contar “likes” recibidos durante la noche.
De niños teníamos la maravillosa habilidad de concentrarnos en el presente, en el aquí y en el ahora. Nuestra mente no vivía en el futuro pensando en los pendientes, por eso no había ansiedad.
No vivíamos extrañando nada, por eso no sentíamos depresión. No nos preocupaba nuestra apariencia para ir a una fiesta; importaba solo divertirnos.
Hoy, la neurosis se apoderó de todo y de todos, y la preocupación más grande para una reunión es la ropa que usaremos y subiremos a las redes.
No tenemos como prioridad la cercanía con nuestros amigos, ni escuchar a los que amamos, ni disfrutar de su cercanía que hemos vuelto una costumbre.
Y crecimos y entre tanto pasado y futuro, se nos fue olvidando cómo ser
felices
De niños jamás se nos ocurriría darle importancia a tantas tonterías y banalidades. Solo éramos. No intentábamos parecer algo.
Crecimos y fuimos perdiendo la capacidad de abrazar espontáneamente, de mostrar los sentimientos sin pensar que eso nos hará vulnerables.
Éramos capaces de recibir amor y caricias sin fabricar telarañas en la cabeza sobre “¿qué pensará en el fondo esa persona?”
Nos hartaba la obsesión de mamá de vestirnos con ropa “apropiada” para ir a una piñata. (A papá eso nunca le importó mucho).
Nos parecía absurdo; lo único significativo era poder disfrutar de los demás niños (para eso es una fiesta). Añoramos tanto la niñez porque dormíamos
_ en paz y sin pastillas porque nuestra conciencia estaba serena.
Porque éramos transparentes, porque no había malicia ni desconfianza. Era natural el disfrutar de los más valioso que teníamos: el presente.