DIPUTADO ARMANDO LUNA CANALES
A base de una lucha constante, las mujeres han recuperado el lugar que les corresponde en la vida de la sociedad mexicana, misma que se encamina a una igualdad y democratización plenas.
En pleno siglo XXI, las mujeres finalmente son parte de la política y de la democracia como en ningún otro momento. Hoy asumimos que una seria y comprometida democracia no puede lograrse sin la presencia de la mujer y sin su participación en los asuntos que son de todos. Ciertamente que asistimos tarde a un hecho que hoy nos parece tan evidente y que podría incluso rayar en lo absurdo y es el hecho fáctico de que la democracia requiere de la participación de todos.
Lo que hoy resulta evidente no siempre pasó así en el tamiz de la historia y en el de la conquista de los derechos. El caso de las mujeres, como muchos otros grupos, no fue ajeno a esta concepción. A base de presiones, exigencias y de un permanente esfuerzo por el reconocimiento de derechos es como hemos alcanzado no el punto de conclusión, sino apenas el de inicio para el logro de una plena igualdad de todos.
Cuando se habla de Derechos Humanos, normalmente suele pensarse en el idílico lenguaje de la paz, la justicia, la democracia u otros tantos principios esenciales. Patricia Williams, una célebre jurista norteamericana se refiere a los Derechos Humanos y su discurso en términos de un triste lenguaje y revela una faceta real de los mismos y sobre la que poco reflexionamos. Los derechos existen en tanto que son necesarios para afrontar el abuso y el arbitrio de los poderosos, son las leyes del débil ante el autoritarismo.
La libertad de expresión existe en tanto que en un tiempo -no muy lejano- era prohibida, así como también la libertad religiosa y de creencias. El derecho a la vida también tiene vigencia en tanto que antes podía disponerse de la misma (la vida de otros) en determinadas ocasiones. El caso de los derechos fundamentales de las mujeres encierra también una historia en la que ante su exclusión y permanente discriminación fue necesario instaurar una base o piso mínimo para su protección.
Sobre esto último debemos fijar la atención, los derechos fundamentales de las mujeres no son ninguna concesión o prebenda del Estado, tampoco fueron “dados” o “creados” por nadie. Constituyen conquistas alcanzadas a base de una permanente lucha frente a la exclusión que, aún hoy en día, si bien es cierto se materializa en múltiples rubros, también lo es que apenas constituye un punto de inicio.
La Cámara de Diputados no ha permanecido al margen de este proceso de mayor democratización, tal como se refleja en un porcentaje superior a 40% de la representación popular recaída en mujeres en esta LXIII Legislatura. De igual modo, la presencia de una Comisión especializada en el tema, la permanente presentación de iniciativas en la materia, así como el lenguaje cada vez más incluyente que se utiliza en el discurso público. Todo ello es muestra de un permanente avance y un incentivo para seguir adelante y derrumbar las barreras que siguen existiendo y que nos impiden ser menos democráticos de lo que deberíamos ser. Los retos aún son inmensos, pero tengo la confianza de que hemos iniciado un camino de no retorno y cuyo arribo definitivo nos llevará a esa plena igualdad y democratización que mexicanas y mexicanos merecemos.
Los derechos fundamentales de las mujeres constituyen conquistas alcanzadas a base de una permanente lucha frente a la exclusión.