¡NI UNA MÁS!
Las niñas migrantes no acompañadas son una dolorosa realidad que requiere atención y acción de parte de toda la sociedad.
Migrar implica un alejamiento, el dolor de construir espacios elongados a través del recuerdo, las tradiciones, y en el mejor de los casos las llamadas que acercan la voz de quienes se extraña. La migración legal, por lo general, resulta de la toma de decisión frente a atractivas oportunidades de trabajo o estudios. Pero hablando de la migración ilegal, prácticamente nunca se puede hablar de una verdadera “elección”. La seguridad del trayecto es casi inexistente, la cantidad de factores de riesgo son incontables: extorsión, hambre, deshidratación, mutilamientos accidentales, reclutamientos por el narcotráfico, además de la enorme posibilidad de una violación sexual en el caso de las mujeres (80% de acuerdo con el Huffington Post), o bien terminar en una situación de trata de personas, llegando hasta la muerte. No nos equivoquemos, la decisión de tomar ese camino no es libre, es una imposición dada por las circunstancias ante la ausencia de bienestar, seguridad o realización. Ya “del otro lado”, tampoco se mejora mucho, se vive en un estado de discriminación, explotación y aislamiento, aunque con un mejor ingreso.
Ahora, pensemos en aquellas niñas que viven estos eventos solas. Es decir, sin la supervisión o compañía de su madre o padre. Durante el 2016, la Patrulla Fronteriza de la sur- occidente de Estados Unidos declaró 408,870 detenciones, de las cuales 59,692 fueron niñas y niños no acompañados que vienen principalmente de Centroamérica y México. Los datos de acuerdo con la página de la U.S. Customs and Border Protection (www.cbp.gov) no vienen desagregados por sexo. Por lo que ignoramos cuántas niñas participan de esta cifra. Sin embargo, de acuerdo con el Pew Research Center, se ha doblado la cifra de niñas y niños no acompañados arrestados en la frontera de un par de años a la fecha, con especial énfasis en las niñas adolescentes. Agrava esto que las políticas migratorias a menores de edad de nacionalidad mexicana hacen posible que el intento por pasar la frontera de Estados Unidos sea repetido, pues en muchos de estos casos son remitidos sin mayor miramiento a su país de origen en menos de 72 horas, a diferencia de las niñas y los niños centroamericanos que tienen que ser remitidos a la Oficina de Refugiados del Departamento de Salud y Servicios Humanitarios de Estados Unidos, por lo que afrontar estos riesgos se vuelve cotidiano.
Si bien el trance migratorio ilegal es doloroso para cualquier persona, imaginemos el miedo, la desolación y la incertidumbre que deben sentir los casi 60,000 niñas y niños que viven estas circunstancias. Imaginemos el dolor de sus madres y padres que no pueden estar seguros de su paradero y que han tenido circunstancias tan adversas que realmente han concebido como única posibilidad de mejora el separarse de sus hijas e hijos. Quizá también debamos imaginar que en muchas ocasiones estos madres o padres no están, han muerto o los han abandonado.
Esto nos lleva a pensar si no debemos de dar un viraje a la política nacional y a un fortalecimiento de la familia. Pensar en términos, por cursi que suene, de una economía del amor, en donde verdaderamente se estime (usado el término no solo en un contexto afectivo sino económico, es decir medición de pesos y centavos) el enorme papel que desempeñan las familias para la estabilidad de un país, el capital humano que implica por los servicios que proveen, los cuales redundan directamente en el Índice de Desarrollo Humano. Y con esto no me refiero, a darle potestad al gobierno sobre la regulación del amor, pues en los brazos del Leviathan eso sería encaminarnos a la novela de George Orwell, 1984, en donde las dinámicas de las familias son dictadas por el Estado. No, la legitimidad del amor debe estar fuera de la validación estatal. Me refiero, a la obligación de crear entornos propicios de desarrollo para las familias, visibilizando las necesidades específicas de las mujeres. Es imperante flexibilizar las estructuras de conciliación para que se pueda compaginar la vida laboral y familiar, es urgente voltear a ver a las mujeres rurales e indígenas que han sido abandonadas creando pueblos feminizados y que ante la falta de inversión en sus comunidades deciden seguir los mismos pasos que sus parejas y abandonar el territorio nacional. Y, por tanto, es prioritario desarrollar políticas más flexibles para la obtención de créditos agropecuarios a mujeres aunque no puedan comprobar la tenencia de la tierra, pues muchas veces no cuentan con esos papeles, pues los titulares ya no están en suelo nacional.
Estas niñas y niños, abandonados a su suerte, son responsabilidad nuestra. Cada persona que integra esta sociedad deberíamos sumarnos a una cruzada de identificación para cambiar la situación de desigualdad social y de género, para que en estos temas migratorios también podamos reclamar: ¡Ni una más!.
Durante 2016, la Patrulla Fronteriza de la sur-occidente de Estados Unidos declaró 408,870 detenciones, de las cuales 59,692 fueron niñas y niños no acompañados que vienen de Centroamérica y México