HOY EL SEXISMO HA CAMBIADO DE ROSTRO, PERO SIGUE SIENDO EL MISMO…
Desde 1979, la ONU estableció la Convención para Eliminar todas las formas de Discriminación en contra de las Mujeres (CEDAW, por sus siglas en inglés), a la que México se adhirió en 1981 y en el 2000 firmó el Protocolo Facultativo de tal Convención, siendo este el primer instrumento internacional con el que podíamos exigir la atención de problemas de discriminación que sufren las niñas, las jóvenes y las mujeres adultas al interior de las escuelas.
Después de la CEDAW, se han elaborado y firmado otros convenios, cumbres, declaraciones internacionales e incluso se han establecido Planes Nacionales y Locales para erradicar no solo la discriminación, sino también la violencia y la falta de igualdad en el ámbito escolar, con el objeto de eliminar el sexismo que se presenta en los procesos educativos, las exigencias de aprendizaje, las formas de evaluación, de representatividad y reconocimiento, viejas exigencias que quedan, en el currículum oculto o en el olvido.
Hoy en día, hablar de la problemática de la educación de las niñas y las jóvenes, parece algo viejo por lo que no debemos preocuparnos, pues la matrícula de Educación Básica es casi igual de las niñas que de los niños, incluso es mayor en el caso de las niñas.
No obstante, la educación que reciben las niñas y las jóvenes no ha ayudado para que cambien significativamente sus aspiraciones como estudiantes, dado que como señaló Marina Subirats, exdirectora del Instituto de las Mujeres en España, hace muchos años, en su libro Rosa y Azul, “el sexismo tiene una pesada historia”, la cual,—yo diría— adquiere en la actualidad nuevas formas y nuevos rostros.
Ver los datos nos retrata la situación que viven las niñas y las adolescentes en el ámbito escolar en nuestro país.
Según el INEGI1, en México en 2015, había 39.2 millones de niñas, niños, y adolescentes, de los cuales 19.4 millones (50.6%) eran mujeres, y del total de este grupo poblacional 34% (6 581 314) eran adolescentes de 12 a 17.
De las cifras anteriores puede destacarse que aun cuando la escolaridad nacional de las niñas es de nueve años, aquellas que tienen entre 15 y 17 años de edad son el grupo con mayor porcentaje (28.4%) de las que no cursan ningún nivel dentro del Sistema Educativo Nacional. Este porcentaje representa 910,813 chicas y sigue siendo un problema histórico, ya que “las familias tienden a invertir menos en la educación de las mujeres en espera de que su inserción social dependa más de su unión matrimonial que de sus propios méritos y, en general, muestran más resistencia a mandar a sus hijas a la escuela”.
Aun cuando hay más niñas y adolescentes que asisten a las escuelas, esto no ha servido de manera significativa para brindarles nuevos horizontes que les permitan aspirar a niveles superiores de educación para alcanzar mejores condiciones de vida y de trabajo, ni tampoco ha habido voluntad política por parte de la SEP en introducir de manera intencionada la educación de la sexualidad en los centros educativos. De ahí que las aspiraciones de vida de las niñas y las adolescentes siguen siendo convertirse en madres,d y se l las enseñañ a soñarñ en l la aparicióni ió d de un galán que las podría mantener y proteger, y por ello parece obvio que el embarazo adolescente siga creciendo, lo que es un grave problema no solo de salud sino también de educación pública.
En los últimos años el embarazo adolescente ha crecido y la edad de niñas que llegan a ser mamás puede ser menor de los 12 años. En 2015, la Encuesta Intercensal (EI) muestra que 198,000 adolescentes de 12 a 17 años ya habían tenido hijos. Asimismo, la ENADID 2014 arroja que 1 de cada 2 adolescentes (50.8%) no usó método anticonceptivo porque no planeó o no creyó quedar embarazada. Sabemos, desde hace largos años, que este problema del embarazo en adolescentes les cuesta a las niñas y las adolescentes su posible futuro, tanto educativo como laboral.
Al abandonar la escuela, la única salida que tienen las niñas y las jóvenes es ponerse a trabajar, de ahí que, en 2015 de las 747,000 niñas y adolescentes de 5 a 17 años ocupadas, 31.6% (235,000) no asistían a la escuela. Las principales razones por lo que dejaron de asistir fueron: 33.9% (79,000) por falta de interés, aptitud o requisitos para entrar a la escuela; 21.9% (51,000) por tener que trabajar y 19.2% (45,000) por falta de recursos económicos.
Ello nos muestra un panorama sombrío de una realidad que llena de angustia y desesperanza a muchas niñas y jóvenes, cifra importante; angustia que provoca serios trastornos de alimentación como la anorexia y la bulimia, el consumo de alcohol y drogas, y el llamado cutting que se refiere a cuando las adolescentes se cortan la piel con navajas. Sin que exista además la más mínima posibilidad para que puedan expresar de manera organizada lo que les aqueja y exigir cuando menos, que se cumplan sus derechos.
Estos y otros problemas se dejan de lado y no son tomados en cuenta visiblemente en el Nuevo Modelo Educativo, bien publicitado por la SEP en las redes sociales, y mientras que los problemas de las niñas siguen creciendo, muchas de ellas seguirán bailando reggeaton, continuarán embarazándose y abandonando sus estudios.
Aun cuando hay más niñas y adolescentes que asisten a la escuela, no ha servido de manera significativa para brindarles nuevos horizontes que les permitan aspirar a niveles superiores de educación