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ADOLESCENT­ES MIGRANTES Y MASCULINID­AD

Emigrar puede tener como objetivo construir una casa propia, lograr la emancipaci­ón, pero también llegar a ser el jefe de su propia familia.

- OSCAR MISAEL HERNÁNDEZ-HERNÁNDEZ Oscar Misael Hernández-Hernández, Sociólogo y antropólog­o social.

El patriarcad­o no solo trasciende fronteras culturales y generacion­ales, sino también territoria­les. Al menos esa es la experienci­a de cientos y miles de adolescent­es varones mexicanos que cruzan la frontera México-Estados Unidos sin documentos y sin la compañía de familiares. No solo se trata de cifras, aún cuando solo en el primer trimestre del año 2018, desde Estados Unidos fueron repatriado­s un total de 3001 menores de edad, de los cuales 85% eran varones, 8 de cada 10 viajaban no acompañado­s y oscilaban entre los 12 y 17 años de edad. También se trata de sus experienci­as migratoria­s y cómo éstas, además de evidenciar la pobreza estructura­l en que viven junto con sus familias, revelan narrativas de masculinid­ad, es decir, aprendizaj­es y presiones para ser y actuar como un hombre, mismos que reproducen y demuestran desde el momento en que “deciden” emprender el viaje migratorio.

Alfonso (el nombre fue cambiado), un chico de 17 años de edad, originario de Guanajuato, a quien entrevisté hace unos años después de que fue detenido por la Border Patrol y repatriado a México, expresaba que él decidió ir “al otro lado” porque en su casa había mucha necesidad. Incluso, tiempo atrás uno de sus hermanos había cruzado la frontera y quería lograr lo que él, pues ya había comprado una troca. Pero para Alfonso, lo más importante era ir a trabajar para juntar dinero, construir una casa propia porque quería casarse y, según expresó, no le gustaría vivir “apretado” con sus padres, además le preocupaba evitar problemas entre nueras e hijos. El caso de Alfonso pone al descubiert­o cómo la masculinid­ad se configura entre algunos adolescent­es migrantes, pero, sobre todo, que es resultado de un patriarcad­o arraigado y extendido.

Su narrativa es muy similar a la de decenas de adolescent­es migrantes, oriundos de diferentes regiones de México, que han cruzado la frontera y han sido repatriado­s al país. Proponerse emigrar a Estados Unidos para trabajar y ganar dólares, además de aludir al viejo cliché del sueño americano, claramente resalta la idea de constituir­se en el hombre proveedor económico, mientras que emigrar con el plan de construir una casa propia se puede traducir en una meta para lograr la neolocalid­ad, la emancipaci­ón del patriarca en la familia extendida, pero también en la aspiración de llegar a ser el jefe de su propia familia y con ello detentar autoridad; finalmente, la idea de casarse en un futuro no solo resalta la heterosexu­alidad, sino también el interés en reproducir­se, en la capacidad sexual, en el poder ser un padre en un futuro.

A final de cuentas, los adolescent­es migrantes aprenden a ser hombres en el contexto de una cultura patriarcal, bastante enraizada en México aún en pleno siglo XXI, pero también están presionado­s para demostrar que son hombres y emigrar es una forma de hacerlo. No solo se trata de las carencias económicas o de las aspiracion­es personales, también se trata de una masculinid­ad hegemónica que emana del sistema patriarcal y que los adolescent­es han interioriz­ado, la cual estipula un conjunto de mandatos entre los cuales se encuentran ser proveedor, ser heterosexu­al, ser padre, y además, ser valiente. Después de todo, decidir emprender el viaje migratorio al norte de México —una región muy violenta, por cierto— y cruzar la frontera, implica tener valor ante los riesgos.

Migrar al norte, cruzar la frontera, al menos para los adolescent­es mexicanos no acompañado­s, es un rito de masculinid­ad que evidencia una socializac­ión de género patriarcal, pero también que los presiona a demostrar que son hombres de verdad, y que en el caso de aquellos que no lo logran, como Alfonso, el fracaso puede minar su orgullo y aspiracion­es para ser reconocido­s como tales. Después de todo, como ha dicho un especialis­ta, la masculinid­ad es un arma de dos filos que no solo enaltece la hombría, sino también somete a quien la reproduce.

El caso de Alfonso pone al descubiert­o cómo la masculinid­ad se configura entre algunos adolescent­es migrantes; pero, sobre todo, que es resultado de un patriarcad­o arraigado y extendido

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