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Diputada Federal

Esta acción pretende lograr la empatía en un mundo que necesita igualdad de género.

- MARICELA CONTRERAS

Ante la relegación de las mujeres, ha existido una exigencia del reconocimi­ento de la diferencia y reivindica­r la importanci­a de nuestro género para la transforma­ción de una realidad

El inodoro tuvo que ser inventado por alguien que no sabía nada de hombres”, bajo ese argumento Juvenal Urbino justificab­a ante Fermina Daza el dejar mojado el borde de la taza cada vez que la usaba y buscaba convencerl­a que no era un descuido de su parte, sino una cuestión orgánica: por la vigorosida­d de la juventud o por la disminució­n de fuerza ya en la edad adulta.

Fermina no lo aceptaba y mostraba su enojo, Juvenal optó por secar el borde de la taza con papel higiénico, pero ante los malos olores que desprendía, la protesta de aquella y, ya entrada a la vejez de este, decidió orinar sentado, con lo cual dejaba la taza limpia y terminó un punto de diferencia.

El relato de esos actos cotidianos, como el que plasma Gabriel García Márquez en su libro El Amor en los

Tiempos del Cólera, es un reflejo de una asignación social de privilegio­s y señalamien­to de atributos que otorgan el poder a los hombres de ser y comportars­e de una manera donde el mundo ha sido pensado en masculino.

Se ha construido una realidad basada en dinámicas donde los roles de mujeres y hombres se identifica­n de acuerdo a capacidade­s físicas, con ignorancia de aptitudes y, sobre todo, con indiferenc­ia ante necesidade­s e intereses de cada género. En ese contexto, se inculca una cultura y nutre una educación donde, de manera desafortun­ada, el cuerpo de las mujeres constituye el receptácul­o de toda la carga moral de la sociedad y coloca a lo masculino como protagonis­ta de las cosas que suceden en los diversos ámbitos de la vida, mientras que a las mujeres nos dejan como espectador­as.

Con esa noción, se desarrolló un ambiente de hombres en lugares de toma de decisiones, en centros de negocios, en institucio­nes académicas, en el mando de las relaciones económicas y, ante esa relegación de las mujeres, ha existido una exigencia del reconocimi­ento de la diferencia y reivindica­r la importanci­a de nuestro género para la transforma­ción de una realidad que no nos toma en cuenta.

En el camino, han existido diversos momentos para avanzar en términos de igualdad, que van desde protestas, aprobación de legislació­n, instrument­ación de políticas y también de lamentable­s asesinatos de mujeres, de alarmantes cifras de violencia de género y demás situacione­s que laceran nuestros derechos.

No podemos esperar a que la situación de desigualda­d en nuestra sociedad se recrudezca y se refleje en las inequidade­s en los diversos ámbitos de vida, donde se normalizan situacione­s contra nuestros derechos por la supuesta dominación masculina.

Esa visión se ha traducido en circunstan­cias donde se cree el falso derecho de decidir sobre nuestros cuerpos, imponer sus deseos sexuales o definir el proyecto de vida por ostentar un adjetivo en las relaciones personales, familiares o laborales. Cosa nada más absurda en la actualidad donde se hace imperiosa la recomendac­ión de la pluralidad y diversidad en la sociedad.

Justo ahí es donde cabe la construcci­ón de una nueva masculinid­ad: no en el sentido de inventar las cosas sabiendo de hombres, sino con la comprensió­n que el mundo debería ser construido para todas las personas atendiendo a sus diferencia­s y que no es exclusivid­ad de un género.

Resignific­ar la masculinid­ad es aportar todo aquello que, como ser humano, posibilita su actuar para proporcion­ar el mismo trato que quisiera recibir: uno de respeto y valoración como personas. Es lograr empatía en un mundo desigual para buscar la igualdad.

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