Diputada Federal
Esta acción pretende lograr la empatía en un mundo que necesita igualdad de género.
Ante la relegación de las mujeres, ha existido una exigencia del reconocimiento de la diferencia y reivindicar la importancia de nuestro género para la transformación de una realidad
El inodoro tuvo que ser inventado por alguien que no sabía nada de hombres”, bajo ese argumento Juvenal Urbino justificaba ante Fermina Daza el dejar mojado el borde de la taza cada vez que la usaba y buscaba convencerla que no era un descuido de su parte, sino una cuestión orgánica: por la vigorosidad de la juventud o por la disminución de fuerza ya en la edad adulta.
Fermina no lo aceptaba y mostraba su enojo, Juvenal optó por secar el borde de la taza con papel higiénico, pero ante los malos olores que desprendía, la protesta de aquella y, ya entrada a la vejez de este, decidió orinar sentado, con lo cual dejaba la taza limpia y terminó un punto de diferencia.
El relato de esos actos cotidianos, como el que plasma Gabriel García Márquez en su libro El Amor en los
Tiempos del Cólera, es un reflejo de una asignación social de privilegios y señalamiento de atributos que otorgan el poder a los hombres de ser y comportarse de una manera donde el mundo ha sido pensado en masculino.
Se ha construido una realidad basada en dinámicas donde los roles de mujeres y hombres se identifican de acuerdo a capacidades físicas, con ignorancia de aptitudes y, sobre todo, con indiferencia ante necesidades e intereses de cada género. En ese contexto, se inculca una cultura y nutre una educación donde, de manera desafortunada, el cuerpo de las mujeres constituye el receptáculo de toda la carga moral de la sociedad y coloca a lo masculino como protagonista de las cosas que suceden en los diversos ámbitos de la vida, mientras que a las mujeres nos dejan como espectadoras.
Con esa noción, se desarrolló un ambiente de hombres en lugares de toma de decisiones, en centros de negocios, en instituciones académicas, en el mando de las relaciones económicas y, ante esa relegación de las mujeres, ha existido una exigencia del reconocimiento de la diferencia y reivindicar la importancia de nuestro género para la transformación de una realidad que no nos toma en cuenta.
En el camino, han existido diversos momentos para avanzar en términos de igualdad, que van desde protestas, aprobación de legislación, instrumentación de políticas y también de lamentables asesinatos de mujeres, de alarmantes cifras de violencia de género y demás situaciones que laceran nuestros derechos.
No podemos esperar a que la situación de desigualdad en nuestra sociedad se recrudezca y se refleje en las inequidades en los diversos ámbitos de vida, donde se normalizan situaciones contra nuestros derechos por la supuesta dominación masculina.
Esa visión se ha traducido en circunstancias donde se cree el falso derecho de decidir sobre nuestros cuerpos, imponer sus deseos sexuales o definir el proyecto de vida por ostentar un adjetivo en las relaciones personales, familiares o laborales. Cosa nada más absurda en la actualidad donde se hace imperiosa la recomendación de la pluralidad y diversidad en la sociedad.
Justo ahí es donde cabe la construcción de una nueva masculinidad: no en el sentido de inventar las cosas sabiendo de hombres, sino con la comprensión que el mundo debería ser construido para todas las personas atendiendo a sus diferencias y que no es exclusividad de un género.
Resignificar la masculinidad es aportar todo aquello que, como ser humano, posibilita su actuar para proporcionar el mismo trato que quisiera recibir: uno de respeto y valoración como personas. Es lograr empatía en un mundo desigual para buscar la igualdad.