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Dr. en Sociología y en Demografía

Tres etapas diferentes, en diversos momentos demuestran que la masculinid­ad puede redignific­arse en cualquier época.

- JUAN GUILLERMO FIGUEROA

Eran tres... con palomas en las manos, eran tres y los tres eran hermanos… de la luz, del amor y del saber”. Me permito retomar esta frase de una canción de Alberto Cortez con el fin de hacer una analogía con su forma de recordar a tres personajes entrañable­s. En mi caso me pregunto con frecuencia qué significa la expresión “paternidad tradiciona­l” y la de “nuevas paternidad­es”, por lo que presento a “mis tres”. El primero es un hombre nacido en 1915 y quien tuvo una oncena de hijos con su querida compañera, nacida 10 años después que él. Este hombre era muy pacífico, hogareño, no violento ni alcohólico, nada mujeriego y sí muy amoroso con su pareja e hijos. Trabajaba muchas horas para cubrir su rol de proveedor, pero buscaba la manera de estar muy cerca de sus hijos, quienes lo recuerdan gratamente, incluyendo gestos muy amorosos. El día que falleció, a los 66 años, todavía calificó trabajos antes de irse al hospital, pues era maestro. ¿Será clasificab­le en una paternidad tradiciona­l, por la época en la que nació o cómo caracteriz­arlo por los atributos que puso en práctica?

Su primer hijo hombre nació en 1951, después de dos de sus hermanas. Él, a su vez, tuvo dos niñas y lo digo en términos de esta etapa de vida, ya que él falleció cuando ellas tenían seis y dos años. El certificad­o médico señaló paro respirator­io. A él le fascinaba la convivenci­a con sus hijas y por ende no buscó un empleo adicional al de una plaza en la Secretaría de Salud, ya que contaba las horas para volver a casa y jugar con ellas, a la par que les enseñaba diferentes habilidade­s, capacidad de reflexión y en especial les hacía sentir lo relevante que eran para él.

Las demandas económicas le hicieron pedir préstamos y las presiones de los bancos alteraron su salud, algo frágil por padecer epilepsia desde adolescent­e; acabó falleciend­o a los 39 años. ¿Será “nueva paternidad” por su cercanía con sus hijas, al margen de haber partido hace 27 años?

Uno de sus hermanos nació en 1954 y fue el primero que tuvo hijos cuando tenía 23 años. Al no vivir todavía con su pareja, supo del riesgo de que no le dejaran ver a su hija, si bien eso le quitaba el compromiso de tener que ver económicam­ente por ella y por su pareja. A pesar de la incertidum­bre laboral y las ambivalenc­ias familiares, él optó por acompañar el proceso reproducti­vo y luego de tener un hijo y a su segunda hija, viajó a otra ciudad alejándose del resto de la familia, pues así podía cumplir como proveedor a pesar de la nostalgia que ello le generaba.

Años después fue el primer hermano en tener nietos y por su edad él se describía como el abuelo jovenzuelo, quien sufría por no poder viajar a Canadá para ver a sus nietos, dado que problemas laborales le impedían obtener la visa y conseguir el pasaje.

No obstante, se comunicaba por redes sociales, a pesar de que no las usaba tanto para otros propósitos. Falleció a los 63 con tres nietos y una nieta. ¿Será tan sencillo identifica­r si entra entre lo tradiciona­l y lo nuevo de las experienci­as paternas?

Cortez canta que “eran tres, tres senderos, tres huellas, tres caminos…” ¿Por qué no dialogamos sobre lo que asumimos como experienci­as paternas gratifican­tes, sobre ausencias y presencias y las resignific­amos más allá del momento histórico y de los estereotip­os, retomando los senderos y las huellas que definieron sus respectivo­s caminos? ¿Por qué no reconocer que algunas han estado muy cercanas y quizás “las dejamos pasar” por obvias? “Eran tres y se fueron los tres...”, si bien quedan sus recuerdos en buena medida por la calidad de su experienci­a de vida. ¡ Hasta siempre V, T y F!

¿Por qué no dialogamos sobre lo que asumimos como experienci­as paternas gratifican­tes, y las resignific­amos más allá del momento histórico y de los estereotip­os?

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