LA NECESARIA PARTICIPACIÓN DE LOS HOMBRES EN EL TRABAJO DE CUIDADOS
La masculinidad hegemónica soportada por la cultura machista conquista simbólicamente a los hombres bajo la idea de lo que deben sentir, pensar y hacer
La abrumadora carga de trabajo de cuidado que recae sobre las mujeres genera y, al mismo tiempo, reproduce profundas desigualdades que vulneran el ejercicio de sus derechos, restringen su desarrollo y condicionan el uso de su tiempo en otras esferas de sus vidas más allá de lo doméstico. La redistribución de este trabajo no es solo un acto de justicia, sino un compromiso social que sugiere la acción del Estado, las empresas y las personas integrantes de las familias; los hombres tienen un rol activo que, de manera permanente, deben desempeñar en el trabajo de cuidados.
Una de las principales razones por la que los hombres no participan en los trabajos de cuidados es la construcción de la masculinidad hegemónica, la cual justifica y promueve la adopción de roles y estereotipos de género que otorgan un “mandato” productivo-público a los hombres y uno reproductivo-privado a las mujeres.
La masculinidad hegemónica, soportada por la cultura machista, conquista simbólicamente a los hombres bajo la idea de lo que deben sentir, pensar y hacer; desvaloriza el trabajo de cuidados por considerarlo una actividad “no propia” de lo masculino y sanciona socialmente a los hombres que deciden participar en estas actividades, como lo sostenía Bourdieu: los hombres vivimos en el permanente miedo a no poder demostrar la masculinidad en cada momento; a perder el estatus de hombre. 1
Enfrentar este “miedo viril” y derribar las barreras culturales y simbólicas de lo que tradicionalmente significa “ser hombre”, son condiciones ineludibles para la redistribución de los trabajos de cuidados.
Los beneficios de la participación de los hombres en el cuidado tienen gran impacto en la vida cotidiana de las personas: aminoran las cargas de trabajo a las mujeres, permitiéndoles incursionar de mejor forma en actividades remuneradas y disponer de más tiempo propio para realizar lo que desean hacer y no logran por falta de tiempo.
Pero no solo eso, también genera entornos habilitadores para que hijas e hijos sean educados en igualdad de oportunidades y libres de estereotipos; contribuye a formular paternidades afectivas, comprometidas y responsables; mejora las posibilidades económicas de las familias y configura una potente herramienta simbólica para prevenir la violencia contra las mujeres.
Por estas y muchas más razones, la participación de los hombres en el trabajo de cuidados no puede esperar.
Para lograrlo, no bastan las palabras ni las buenas intenciones, es necesario que las instituciones y las empresas garanticen medidas que apoyen la corresponsabilidad entre la vida laboral y familiar a través de licencias de paternidad, flexibilidad de horarios, acceso al servicio de estancias infantiles para hombres y mujeres, entre otras. Pero lo más importante, es que los hombres seamos los principales actores en esta tarea.
Por ello, es menester reflexionar sobre el papel activo que debemos adoptar los hombres en la construcción de la igualdad de género y comprender que el cuidado no es un asunto de mujeres, sino una cuestión de derechos humanos que nos atañe a todas las personas. De igual manera, es necesario visibilizar los efectos negativos del machismo en todos los ámbitos, condenar todas sus manifestaciones y evidenciar los efectos negativos que tienen en todos los aspectos de nuestra vida.
Nuestra labor principal como hombres estriba en formar aliados para lograr la igualdad de género; hablar y concientizar a nuestros pares en el espacio público y privado, denunciar cualquier manifestación de violencia e invitar a los varones a cuestionar y resignificar los roles y estereotipos de género, todo ello sin perder de vista que nuestro compromiso no es discursivo sino, fundamentalmente, performativo.
REFERENCIA: [1] Bourdieu, Pierre. (2000). La dominación masculina. Barcelona; Anagrama.