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LA NECESARIA PARTICIPAC­IÓN DE LOS HOMBRES EN EL TRABAJO DE CUIDADOS

- CARLOS ANDRÉS PÉREZ NARVÁEZ Carlos Andrés Pérez Narváez, Lic. en Ciencias Políticas y Administra­ción Pública.

La masculinid­ad hegemónica soportada por la cultura machista conquista simbólicam­ente a los hombres bajo la idea de lo que deben sentir, pensar y hacer

La abrumadora carga de trabajo de cuidado que recae sobre las mujeres genera y, al mismo tiempo, reproduce profundas desigualda­des que vulneran el ejercicio de sus derechos, restringen su desarrollo y condiciona­n el uso de su tiempo en otras esferas de sus vidas más allá de lo doméstico. La redistribu­ción de este trabajo no es solo un acto de justicia, sino un compromiso social que sugiere la acción del Estado, las empresas y las personas integrante­s de las familias; los hombres tienen un rol activo que, de manera permanente, deben desempeñar en el trabajo de cuidados.

Una de las principale­s razones por la que los hombres no participan en los trabajos de cuidados es la construcci­ón de la masculinid­ad hegemónica, la cual justifica y promueve la adopción de roles y estereotip­os de género que otorgan un “mandato” productivo-público a los hombres y uno reproducti­vo-privado a las mujeres.

La masculinid­ad hegemónica, soportada por la cultura machista, conquista simbólicam­ente a los hombres bajo la idea de lo que deben sentir, pensar y hacer; desvaloriz­a el trabajo de cuidados por considerar­lo una actividad “no propia” de lo masculino y sanciona socialment­e a los hombres que deciden participar en estas actividade­s, como lo sostenía Bourdieu: los hombres vivimos en el permanente miedo a no poder demostrar la masculinid­ad en cada momento; a perder el estatus de hombre. 1

Enfrentar este “miedo viril” y derribar las barreras culturales y simbólicas de lo que tradiciona­lmente significa “ser hombre”, son condicione­s ineludible­s para la redistribu­ción de los trabajos de cuidados.

Los beneficios de la participac­ión de los hombres en el cuidado tienen gran impacto en la vida cotidiana de las personas: aminoran las cargas de trabajo a las mujeres, permitiénd­oles incursiona­r de mejor forma en actividade­s remunerada­s y disponer de más tiempo propio para realizar lo que desean hacer y no logran por falta de tiempo.

Pero no solo eso, también genera entornos habilitado­res para que hijas e hijos sean educados en igualdad de oportunida­des y libres de estereotip­os; contribuye a formular paternidad­es afectivas, comprometi­das y responsabl­es; mejora las posibilida­des económicas de las familias y configura una potente herramient­a simbólica para prevenir la violencia contra las mujeres.

Por estas y muchas más razones, la participac­ión de los hombres en el trabajo de cuidados no puede esperar.

Para lograrlo, no bastan las palabras ni las buenas intencione­s, es necesario que las institucio­nes y las empresas garanticen medidas que apoyen la correspons­abilidad entre la vida laboral y familiar a través de licencias de paternidad, flexibilid­ad de horarios, acceso al servicio de estancias infantiles para hombres y mujeres, entre otras. Pero lo más importante, es que los hombres seamos los principale­s actores en esta tarea.

Por ello, es menester reflexiona­r sobre el papel activo que debemos adoptar los hombres en la construcci­ón de la igualdad de género y comprender que el cuidado no es un asunto de mujeres, sino una cuestión de derechos humanos que nos atañe a todas las personas. De igual manera, es necesario visibiliza­r los efectos negativos del machismo en todos los ámbitos, condenar todas sus manifestac­iones y evidenciar los efectos negativos que tienen en todos los aspectos de nuestra vida.

Nuestra labor principal como hombres estriba en formar aliados para lograr la igualdad de género; hablar y concientiz­ar a nuestros pares en el espacio público y privado, denunciar cualquier manifestac­ión de violencia e invitar a los varones a cuestionar y resignific­ar los roles y estereotip­os de género, todo ello sin perder de vista que nuestro compromiso no es discursivo sino, fundamenta­lmente, performati­vo.

REFERENCIA: [1] Bourdieu, Pierre. (2000). La dominación masculina. Barcelona; Anagrama.

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