LA IMPORTANCIA DEL TRABAJO CON HOMBRES PARA LA IGUALDAD SUSTANTIVA
Es apenas a mediados de los años 60, cuando emergieron las primeras investigaciones de mujeres feministas sobre la cuestión masculina, analizando la violencia que ejercían los hombres contra sus parejas ( considerada entonces “violencia doméstica”).
Hacia la segunda mitad de los años 70, algunos autores hombres empezaron a estudiar los mecanismos de construcción de la identidad masculina, con prenociones sobre el control y dominio masculino.
Para la década de 1980 se habla del uso del poder de los hombres, con los sociólogos Michel Foucault y Pierre Bourdieu; mientras que, en los años 90, se escriben los textos clásicos sobre el concepto masculinidades desde autores como Robert Connell (hoy Raewyn Connell), Michael Kimmel, José Olavarría o Michael Kauffman.
La masculinidad hegemónica: privilegio con riesgo
En su concepción más básica, la masculinidad se entiende como el conjunto de características y normas de lo que debe ser, sentir, pensar, hacer (o no) un hombre. Pero la realidad es mucho más compleja, de ahí que académicamente se use el término “masculinidades” –en plural– para visibilizar las formas diversas de ser y hacerse hombre. Aceptando lo anterior, Connell propone una clasificación para ordenar las masculinidades, resaltando a la masculinidad hegemónica como aquella que da cuenta de ese modelo predominante de ser hombre en lugares y momentos históricos específicos.
En un país como México, la forma preponderante de ser varón está muy asociada al machismo. Esta masculinidad configura la (falsa) idea de que existe una única forma de vivir y de ser para los hombres, no solo para el individuo, sino entre individuos, en comunidades e instituciones. La masculinidad machista detenta el poder y usa la violencia como medio para perpetuarlo y mantener la subordinación de las mujeres.
El hombre tradicional mexicano aprende desde pequeño que es el futuro jefe de casa y que puede demandar cosas ( que le preparen comida, que laven su ropa o le obedezcan en todo). Considera normal dictar órdenes, por ejemplo, a su pareja, para ostentar su poder tanto en casa como en otros ámbitos. Cuando no es obedecido, impone su voluntad de manera violenta (manipulando, gritando, golpeando). Estas prácticas machistas suelen ser replicadas por las siguientes generaciones. El resultado: dinámicas familiares y sociales violentas con efectos nocivos físicos, psicológicos y económicos para quienes la padecen, pero también para quien la ejerce.
La masculinidad hegemónica puede resultar atractiva por los aparentes privilegios que ofrece a los hombres, pero tiene impactos nocivos para quienes la viven sin cuestionarla. Se rechaza lo asociado con la feminidad, como el cuidado propio y de otras personas, la empatía, ternura y compasión; en cambio, se privilegia el ser autoritario, parco, evasivo, déspota, aspectos correlacionados con afectaciones de todo tipo para las mujeres y para hombres considerados “menos hombres”. Se estimula la competitividad y la práctica de actitudes de riesgo, dejándose de lado lógicas de autocuidado y autosuficiencia asertiva. Y si bien han emergido ya visos de cambio en muchos hombres, es importante asentar que aún falta mucho para afianzar tales adelantos en todo el país. Además, para muchos individuos resulta doloroso el no poder cumplir con los ideales de la masculinidad y se ven inmersos en un ambiente de competencia y de agresión, o en cuadros depresivos no reconocidos.
Otro hombre es posible: los otros y su potencial hacia el cambio
Además de la hegemónica, Connell define otras masculinidades: la masculinidad cómplice, aquella que incluye los beneficiados del patriarcado; la masculinidad subordinada, constreñida por el “deber ser” de la hegemónica; y la masculinidad marginada, que se vive en las periferias del ser varón. Este abanico de posibilidades implica el desafío de construir masculinidades alternativas a las machistas, es decir, formas contra-hegemónicas de vivirse como hombre. La masculinidad se aprende y, por tanto, se puede desaprender para reaprender formas alternativas, asentadas en posibilidades constructivas. Así, existe la posibilidad de un cambio que cuestione la masculinidad hegemónica y conduzca a masculinidades alternativas; por ejemplo, empáticas, respetuosas, solidarias, afectivas, responsables e igualitarias. Ello implica “individuarnos” del mandato machista, es decir, “singularizarnos” positivamente para impulsar todos los días el ejercicio de una responsabilidad activa desde el cual cada hombre logre comprometerse consigo mismo y con su entorno para construir igualdad en todos los ámbitos.
En GENDES, A.C. trabajamos para lograr la participación de los hombres en la erradicación del machismo y sus efectos. Este trabajo debe apoyarse en un principio autocrítico y responsable tendiente a soltar muchos privilegios que la vida nos otorga sólo por ser varones, e implica, también, el desafío de activar la voluntad propia y traducirla en prácticas congruentes con la noción de la igualdad sustantiva. Hemos constatado que quien es honesto y comprometido, lo logra, mejorando así su propia vida y su entorno. El cambio es posible, pero se requiere de ti, de cada hombre como ciudadano: ¡participemos ya!
Existe la posibilidad de un cambio que cuestione la masculinidad hegemónica y conduzca a masculinidades alternativas, empáticas, respetuosas, solidarias, afectivas, responsables e igualitarias