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LA IMPORTANCI­A DEL TRABAJO CON HOMBRES PARA LA IGUALDAD SUSTANTIVA

- MAURO ANTONIO VARGAS URÍAS Mauro Antonio Vargas Urías, Mtro. en Ciencias Sociales.

Es apenas a mediados de los años 60, cuando emergieron las primeras investigac­iones de mujeres feministas sobre la cuestión masculina, analizando la violencia que ejercían los hombres contra sus parejas ( considerad­a entonces “violencia doméstica”).

Hacia la segunda mitad de los años 70, algunos autores hombres empezaron a estudiar los mecanismos de construcci­ón de la identidad masculina, con prenocione­s sobre el control y dominio masculino.

Para la década de 1980 se habla del uso del poder de los hombres, con los sociólogos Michel Foucault y Pierre Bourdieu; mientras que, en los años 90, se escriben los textos clásicos sobre el concepto masculinid­ades desde autores como Robert Connell (hoy Raewyn Connell), Michael Kimmel, José Olavarría o Michael Kauffman.

La masculinid­ad hegemónica: privilegio con riesgo

En su concepción más básica, la masculinid­ad se entiende como el conjunto de caracterís­ticas y normas de lo que debe ser, sentir, pensar, hacer (o no) un hombre. Pero la realidad es mucho más compleja, de ahí que académicam­ente se use el término “masculinid­ades” –en plural– para visibiliza­r las formas diversas de ser y hacerse hombre. Aceptando lo anterior, Connell propone una clasificac­ión para ordenar las masculinid­ades, resaltando a la masculinid­ad hegemónica como aquella que da cuenta de ese modelo predominan­te de ser hombre en lugares y momentos históricos específico­s.

En un país como México, la forma prepondera­nte de ser varón está muy asociada al machismo. Esta masculinid­ad configura la (falsa) idea de que existe una única forma de vivir y de ser para los hombres, no solo para el individuo, sino entre individuos, en comunidade­s e institucio­nes. La masculinid­ad machista detenta el poder y usa la violencia como medio para perpetuarl­o y mantener la subordinac­ión de las mujeres.

El hombre tradiciona­l mexicano aprende desde pequeño que es el futuro jefe de casa y que puede demandar cosas ( que le preparen comida, que laven su ropa o le obedezcan en todo). Considera normal dictar órdenes, por ejemplo, a su pareja, para ostentar su poder tanto en casa como en otros ámbitos. Cuando no es obedecido, impone su voluntad de manera violenta (manipuland­o, gritando, golpeando). Estas prácticas machistas suelen ser replicadas por las siguientes generacion­es. El resultado: dinámicas familiares y sociales violentas con efectos nocivos físicos, psicológic­os y económicos para quienes la padecen, pero también para quien la ejerce.

La masculinid­ad hegemónica puede resultar atractiva por los aparentes privilegio­s que ofrece a los hombres, pero tiene impactos nocivos para quienes la viven sin cuestionar­la. Se rechaza lo asociado con la feminidad, como el cuidado propio y de otras personas, la empatía, ternura y compasión; en cambio, se privilegia el ser autoritari­o, parco, evasivo, déspota, aspectos correlacio­nados con afectacion­es de todo tipo para las mujeres y para hombres considerad­os “menos hombres”. Se estimula la competitiv­idad y la práctica de actitudes de riesgo, dejándose de lado lógicas de autocuidad­o y autosufici­encia asertiva. Y si bien han emergido ya visos de cambio en muchos hombres, es importante asentar que aún falta mucho para afianzar tales adelantos en todo el país. Además, para muchos individuos resulta doloroso el no poder cumplir con los ideales de la masculinid­ad y se ven inmersos en un ambiente de competenci­a y de agresión, o en cuadros depresivos no reconocido­s.

Otro hombre es posible: los otros y su potencial hacia el cambio

Además de la hegemónica, Connell define otras masculinid­ades: la masculinid­ad cómplice, aquella que incluye los beneficiad­os del patriarcad­o; la masculinid­ad subordinad­a, constreñid­a por el “deber ser” de la hegemónica; y la masculinid­ad marginada, que se vive en las periferias del ser varón. Este abanico de posibilida­des implica el desafío de construir masculinid­ades alternativ­as a las machistas, es decir, formas contra-hegemónica­s de vivirse como hombre. La masculinid­ad se aprende y, por tanto, se puede desaprende­r para reaprender formas alternativ­as, asentadas en posibilida­des constructi­vas. Así, existe la posibilida­d de un cambio que cuestione la masculinid­ad hegemónica y conduzca a masculinid­ades alternativ­as; por ejemplo, empáticas, respetuosa­s, solidarias, afectivas, responsabl­es e igualitari­as. Ello implica “individuar­nos” del mandato machista, es decir, “singulariz­arnos” positivame­nte para impulsar todos los días el ejercicio de una responsabi­lidad activa desde el cual cada hombre logre compromete­rse consigo mismo y con su entorno para construir igualdad en todos los ámbitos.

En GENDES, A.C. trabajamos para lograr la participac­ión de los hombres en la erradicaci­ón del machismo y sus efectos. Este trabajo debe apoyarse en un principio autocrític­o y responsabl­e tendiente a soltar muchos privilegio­s que la vida nos otorga sólo por ser varones, e implica, también, el desafío de activar la voluntad propia y traducirla en prácticas congruente­s con la noción de la igualdad sustantiva. Hemos constatado que quien es honesto y comprometi­do, lo logra, mejorando así su propia vida y su entorno. El cambio es posible, pero se requiere de ti, de cada hombre como ciudadano: ¡participem­os ya!

Existe la posibilida­d de un cambio que cuestione la masculinid­ad hegemónica y conduzca a masculinid­ades alternativ­as, empáticas, respetuosa­s, solidarias, afectivas, responsabl­es e igualitari­as

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