CARTA EDITORIAL
Millones de mujeres y niñas en México son parte de la población que vive alguna discapacidad, física o mental. Ellas sufren una múltiple discriminación. Su atención significa grandes inversiones en salud, en educación y de apoyo a sus familias.
En nuestro país contamos con un marco normativo y el diseño e implementación de propuestas de políticas públicas, pero aún persisten condiciones de desventaja, inequidad y discriminación, que les impiden el ejercicio pleno de sus derechos. Se requiere una mirada que contribuya a la igualdad entre varones y mujeres en las distintas intervenciones médicas, psicológicas y económicas.
Hoy en día la discapacidad es considerada una cuestión central de la garantía de sus derechos humanos. Los organismos internacionales han concluido que las personas están discapacitadas por la sociedad, no sólo por sus cuerpos, tomando en cuenta que, además, se trata de uno de los grupos más marginados del mundo.
De ahí la importancia del Programa Nacional para el Desarrollo y la Inclusión de las Personas con Discapacidad 2014-2018, que ha permitido diseñar políticas públicas y acciones que atemperen su situación.
En este número de Todas abordamos desde distintos ángulos la condición de discapacidad de la población femenina. En Inmujeres preocupa, sobre todo, además de la discriminación, la inclusión de las niñas al sistema educativo nacional; el desarrollo de la atención en salud; la necesaria visión de género para apoyar su desarrollo, según el tipo de obstáculos a que se enfrenta, y desarrollar acciones de acompañamiento a las numerosas instituciones públicas y privadas que las atienden.
Importante también —en 2017 se hizo un foro específico— es la promoción de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres con discapacidad. Hemos promovido su salud, atendiendo un señalamiento de la Organización Mundial de la Salud: “Las actividades de promoción de la salud y prevención de las enfermedades sólo raras veces tienen como destinatarias a las personas con discapacidad”.
Estamos atentas, por ejemplo, a la detección oportuna del cáncer mamario y cérvicouterino, que se practica con menos frecuencia en las mujeres con discapacidad. También el peso de las personas con deficiencias intelectuales y diabetes se verifica con menor frecuencia en las mujeres en esta situación, lo que las pone en grave riesgo de obesidad. Las y los adolescentes con discapacidad quedan excluidas/os más a menudo de los programas de educación sexual.
Nos preocupa que, de acuerdo con información del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 26% de las mujeres con discapacidad sean analfabetas, mientras que los varones representen 19%.
Aunque hemos avanzado, incluso en cambios de conciencia, para evitar la doble discriminación, todavía hacen falta acciones más globales y sistemáticas. Mirar todas las alternativas y las propuestas aquí reunidas, como los balances, seguramente nos señalarán el camino para seguir avanzando.