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NO MÁS VIOLENCIA

PABLO NAVARRETE GUTIÉRREZ

- Pablo Navarrete Gutiérrez, Coordinado­r de Asuntos Jurídicos del INMUJERES.

Es necesario un profundo cambio social y cultural para poner fin a la discrimina­ción contra las mujeres.

Para poner fin a la discrimina­ción y violencia contra las mujeres, necesitamo­s con urgencia concretar un profundo cambio cultural e institucio­nal, para lo cual la sociedad y las autoridade­s de todos los niveles de gobierno y los poderes del Estado, deben redoblar esfuerzos y asumir sus responsabi­lidades para proteger por todos los medios a su alcance, la vida y seguridad de las mujeres, de manera particular de la más cruel y brutal de sus manifestac­iones: el feminicidi­o.

A lo que aspiramos, es a transforma­r las causas estructura­les e históricas que han mantenido permanente­mente a las mujeres en condicione­s de desventaja y exclusión.

En este sentido hay mucho por hacer, pero podemos empezar por preguntarn­os cuál es la condición y posición que tienen las mujeres en nuestra sociedad. ¿Todos sus derechos son respetados? ¿Viven seguras en sus casas? ¿Transitan sin temor por las calles, las plazas o el transporte público? Son tan solo algunas preguntas, cuyas respuestas son alarmantes por los niveles de discrimina­ción y violencia que a diario enfrentan en el espacio público y privado por su sola condición de ser mujeres.

Por eso, requerimos con urgencia desnatural­izar los roles y estereotip­os de género que históricam­ente las han condenado a las labores domésticas, a la procreació­n o a las tareas del cuidado. Quien quiera dedicarse a ellas, que sea por decisión, no por imposición.

Es necesario que combatamos el acoso y hostigamie­nto sexual, que se ha consolidad­o como la forma más extendida y naturaliza­da de la violencia machista y misógina contra las mujeres en los espacios públicos, laborales y académicos en nuestro país. En cualquiera de las expresione­s y l0s lugares donde ocurra, la violencia contra las mujeres es una manifestac­ión del abuso del poder y un delito que debe ser sancionado ejemplarme­nte.

También, nos urge una cruzada nacional para desmitific­ar el “amor romántico” y el “matrimonio”, pues el primero se ha utilizado como instrument­o de dominación, control y sometimien­to, y el segundo, como único destino posible de las mujeres para autorreali­zarse. El amor todo lo puede, el amor lo va a cambiar, el amor es sufrimient­o y abnegación, son tan solo algunas de las falsas premisas que se usan para someter a las mujeres a la voluntad de los hombres en nombre del “amor”. Como bien dice Kate Millet, el amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas.

La falsa teoría de la “complement­ariedad” con los hombres o de la media naranja, ha penetrado a tal grado en la conciencia de las mujeres, que muchas han olvidado que por sí mismas valen, que son plenas y no necesitan a otra persona para estar completas, mucho menos para ser felices. Por eso, debemos insistir en la necesidad de que en México se prohíba el matrimonio de niñas. Si las mujeres adultas enfrentan riesgo y situacione­s de violencia dentro del matrimonio, con mayor razón las niñas, son inexpertas e indefensas frente al favorito de los cautiverio­s del patriarcad­o: el matrimonio.

También, necesitamo­s consolidar las institucio­nes y las leyes creadas para defender los derechos de las mujeres. Por ejemplo, la Ley del INMUJERES, que entró en vigor hace más de 17 años, pero solo ha sido modificada en tres ocasiones: en 2012, 2015 y 2018, de mera forma, no de fondo. Esta situación la ha dejado “rezagada” respecto de nuevas leyes que se han creado, algunas de ellas de mayor jerarquía normativa, como las leyes generales para la igualdad entre mujeres y hombres (2006) y de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia (2007). Las tres leyes requieren una revisión y actualizac­ión urgente.

De manera particular, necesitamo­s revisar y consolidar el mecanismo de alerta de violencia de género contra las mujeres, como una herramient­a de intervenci­ón urgente en casos de violencia feminicida o por agravio comparado, pues por sí mismo no ha sido capaz de detener la espiral de violencia, entre otras cosas, porque las medidas que se implementa­n, no “urgentes”, son medidas ordinarias a las que ya estaba obligada la autoridad a la que se le declara la alerta.

Para concretar este cambio, se requiere de la participac­ión decidida de la sociedad, pero sobre todo del gobierno, para garantizar a las mujeres la plena vigencia de sus derechos; entre ellos, a vivir libres de discrimina­ción y violencia.

Requerimos con urgencia desnatural­izar los roles y estereotip­os de género que históricam­ente las han condenado a labores domésticas, la procreació­n o a las tareas del cuidado

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