Embrujos, demonios, Chivas y Puebla
Hoy que hasta extraños espectros y demoniacas siluetas –como la encontrada en un rincón del Estadio Cuauhtémoc- han sido parte del aquelarre en el que se ha convertido la lucha por la permanencia, vale la pena decir que, este pandemónium –capital del infierno, donde las brujas danzan a la media noche- ha resultado la parte más atractiva del torneo. La quema porcentual nos atrapa y sus misterios nos agobian jornada a jornada.
Ni América ni Cruz Azul ni la crisis de Pumas, han sido capaces de desbancar al morbo que nos corroe cuando Chivas, Leones Negros, Puebla y Veracruz lanzan sus mejores pócimas de futbol para los festines de embrujo.
Nos gusta sufrir. Si lo hacemos cuando arrojamos monedas a cambio de un boleto para subir a la montaña rusa de alguna feria, cómo no hacerlo frente al televisor si podemos atestiguar la más encarnizada batalla por la permanencia de los últimos torneos. Chivas y antiChivas sufrieron, gozaron, gritaron y deliraron. Y hasta los más recalcitrantes ameri- canistas no dudo que, el control remoto golpearon para que éste no desfalleciera ante semejante “ida y vuelta” de canal.
Hubo quien seguramente cerró los ojos para evadir la realidad como lo haría el hermano menor en la caída más pronunciada de un juego mecánico. Es válido. Lo que no fue válido es lo que hizo Puebla. El juego más importante de su calendario lo jugó como uno más. Tuvo miedo. Tomó la cobija como un niño y se escondió bajo las sábanas al sentir terror de Chivas.
Señores, Chivas está salvado. Está salvado de espanto y de pánico escénico. Se ha despojado de sus sombrías dudas. Guadalajara se ha dado cuenta que vale la pena envalentonarse para gritar más fuerte que todo aquel equipo que pretenda asustarlo envuelto en hechizantes siluetas.
De eso está salvado; no del descenso todavía. El averno arde y sus llamas, largas cual lengua de camaleón, alcanzarán a quien haya pecado en exceso, o a quien peque más de aquí a que se abran las puertas del inframundo.