La democracia: antídoto contra la injusticia
La igualdad no existe y no existirá nunca. No hay manera de programar las cosas para nacer en un medio privilegiado, ser hijo de padres amantísimos, recibir una educación de primer nivel y obtener apoyos familiares para emprender proyectos obligadamente exitosos. Te toca lo que te toca y factores como la genética, el azar y el mero hecho de criarse en un país, y no en otro, son los que determinan fatalmente la existencia de los individuos de la especie. Hoy mismo, miles y miles de africanos y sirios arriesgan sus vidas para alcanzar las costas europeas del Mediterráneo. En apenas cuatro meses, han muerto mil 700 emigrantes, ahogados en las aguas del antiguo Mare Nostrum. Y la tragedia seguirá: esa gente vive una desesperación tan descarnada que está dispuesta a afrontar todos los peligros y todas las adversidades para cambiar su destino. Quienes responsabilizan a los propios humanos de las durezas que sufren y las atribuyen a la previa comisión de algún oscuro pecado (perpetrado, inclusive, en otras vidas) deberían no sólo reconocer la irrebatible inocencia de los niños que viajan en las desvencijadas barcazas que se hunden cada semana sino advertir que en una tragedia global —es decir, cuando el infortunio no sólo afecta a un posible infractor (un individuo separado de los demás que hubiera merecido un castigo divino enteramente particular) sino que golpea a todo un pueblo o a una comunidad entera— no hay manera de establecer culpabilidad alguna. Pero, además, el hecho de que la existencia sea infernal en ciertas naciones de este mundo es, en sí mismo, tan inexplicable como carente de sentido, tan injusto como incomprensible y tan estremecedor como siniestro.
Lo cual nos lleva a una reflexión mucho más terrenal y mucho más práctica: en este asunto, los Gobiernos — es decir, los gobernantes— tienen una responsabilidad directísima. Y la democracia liberal, como un sistema político, es, con toda seguridad, la mejor manera de contrarrestar la brutal injusticia de la vida. No parece, sin embargo, que el mensaje haya calado en todo este (espeluznante) planeta. M