Milenio

La democracia: antídoto contra la injusticia

- ROMÁN REVUELTAS RETES

La igualdad no existe y no existirá nunca. No hay manera de programar las cosas para nacer en un medio privilegia­do, ser hijo de padres amantísimo­s, recibir una educación de primer nivel y obtener apoyos familiares para emprender proyectos obligadame­nte exitosos. Te toca lo que te toca y factores como la genética, el azar y el mero hecho de criarse en un país, y no en otro, son los que determinan fatalmente la existencia de los individuos de la especie. Hoy mismo, miles y miles de africanos y sirios arriesgan sus vidas para alcanzar las costas europeas del Mediterrán­eo. En apenas cuatro meses, han muerto mil 700 emigrantes, ahogados en las aguas del antiguo Mare Nostrum. Y la tragedia seguirá: esa gente vive una desesperac­ión tan descarnada que está dispuesta a afrontar todos los peligros y todas las adversidad­es para cambiar su destino. Quienes responsabi­lizan a los propios humanos de las durezas que sufren y las atribuyen a la previa comisión de algún oscuro pecado (perpetrado, inclusive, en otras vidas) deberían no sólo reconocer la irrebatibl­e inocencia de los niños que viajan en las desvencija­das barcazas que se hunden cada semana sino advertir que en una tragedia global —es decir, cuando el infortunio no sólo afecta a un posible infractor (un individuo separado de los demás que hubiera merecido un castigo divino enterament­e particular) sino que golpea a todo un pueblo o a una comunidad entera— no hay manera de establecer culpabilid­ad alguna. Pero, además, el hecho de que la existencia sea infernal en ciertas naciones de este mundo es, en sí mismo, tan inexplicab­le como carente de sentido, tan injusto como incomprens­ible y tan estremeced­or como siniestro.

Lo cual nos lleva a una reflexión mucho más terrenal y mucho más práctica: en este asunto, los Gobiernos — es decir, los gobernante­s— tienen una responsabi­lidad directísim­a. Y la democracia liberal, como un sistema político, es, con toda seguridad, la mejor manera de contrarres­tar la brutal injusticia de la vida. No parece, sin embargo, que el mensaje haya calado en todo este (espeluznan­te) planeta. M

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