Milenio

LA MODA DE ODIAR A CHICHARITO

En el momento que vive el país, un atleta exitoso se vuelve tan sólo un receptor de odio y resentimie­ntos

- SALVADOR MEDINA ARMIENTA*

Como mexicanos, somos expertos en hacer juicios absolutos sobre personajes de la cultura popular, en cualquier ámbito. Estamos acostumbra­dos a opinar sobre todo y sobre todos, tengamos o no conocimien­to del tema. Y no hay nada que domine más la sobremesa en este país que nuestro pasatiempo favorito: el futbol.

A lo largo de los años, hemos tendido a hablar sobre el deporte más popular del mundo sea cual sea la temporada: en verano se habla de las copas internacio­nales; en primavera, del cierre de temporada; en otoño sobre el inicio de los torneos; y en diciembre, sobre el resto del calendario futbolísti­co. Pero además de eso, siempre los mexicanos hemos tendido a hacer juicios “absolutist­as” al respecto. Y el personaje que está de boca en boca es Javier

Chicharito Hernández. El futbolista de cepa, no tuvo otro destino que no fuera la redonda. Nieto de Tomás Balcázar, selecciona­do nacional y eterno jugador de las Chivas, e hijo de Javier Hernández Gutiérrez, futbolista de los Tecos y mundialist­a en 1986, el Chicha

rito conoció el deporte de sus amores desde la cuna.

Brilló en categorías inferiores del Club Deportivo Guadalajar­a, pero se perdió el último corte para asistir al Mundial Sub-17 en Perú que ganó la selección en 2005. Fue sin duda un golpe determinan­te en la psique de Hernández, y que tardaría años en superar. El siguiente año, Chicharito debutaría en Primera División.

Es conocida la anécdota del primer gol de Javier Hernández para las Chivas en su primer partido como profesiona­l. Tras anotar el 4-0 en el ocaso del partido contra Necaxa, el 9 de septiembre de 2006, Hernández preguntó a su abuelo qué le había parecido su actuación. “Regularzón nomás”, le contestó. Así ha sido la vida deportiva de Javier Hernández: demostrar que se merece lo que la gente quiere quitarle.

Durante casi tres años, Hernández vio poca actividad con el equipo de Chivas. A los 21 años, él mismo se considerab­a viejo y llegó a contemplar un retiro prematuro. No fue sino hasta 2009 que Chicharito comenzó a ver actividad constante. En el primer torneo del año anotó cuatro goles como cambio y en el segundo semestre, fue el goleador de Chivas con 11 goles.

Chicharito se destapó como un futbolista veloz, de rápida reacción, con gran remate de cabeza y una enorme capacidad para desmarcars­e y ganar la espalda de sus adversario­s.

En el Torneo Bicentenar­io 2010, pese a jugar su último partido en la Jornada 12, una victoria de 6-2 contra Santos en el Estadio Jalisco, Hernández se coronó campeón de goleo y dejó a Chivas en la primera posición de la tabla general. Se trató de su último partido con el Guadalajar­a. Días antes de la Copa del Mundo 2010, a la que fue convocado, firmó para el Manchester United de Inglaterra.

Hernández fue cuestionad­o desde un principio: ¿qué haría un futbolista de su calidad en la liga más importante del mundo? ¿Cómo jugaría contra defensas férreas y al máximo nivel de Europa? Chicharito no solo se ganó la confianza de su entrenador y de la tribuna, sino que fue titular cuando su equipo jugó la final de la UEFA Champions League en su primera temporada.

Pese a que una y otra vez Hernández ha probado su valor dentro de la cancha, sus críticos superan a sus creyentes. No se trata de un futbolista con gran técnica individual, con habilidad extrema o sobresalie­nte conducción. Pero siempre ha sabido colocarse en la cancha y entender su papel.

Pese a que siempre se ha dicho que Hernández es un jugador de área, en Chivas triunfó jugando fuera de ésta, abriendo espacios y terminando la jugada. Y sin embargo, cada vez que hace algo extraordin­ario afuera de ella, la prensa y la afición se sorprenden.

Chicharito ha merecido jugar como titular en dos mundia- les. Y sin embargo dos técnicos se han rehusado a que inicie el primer partido. Hernández, en las dos ocasiones, se ha ganado la titularida­d siendo el mejor jugador de la cancha y anotando goles desde el inicio o entrando como sustituto.

A los 26 años, Javier Hernández es el segundo máximo goleador en la historia de la selección. Y aún así, se siguen cuestionan­do sus méritos. Cuando fue contratado por el Real Madrid, llegaron las burlas. Muchos aseguraron que se trataba de un recurso para vender camisetas, como si el equipo más popular del mundo necesitara ayuda para ello.

Pero cada vez que pisó la cancha, Hernández se rompía el alma. Anotaba cuando podía y perseguía cada pelota como si fuese la última que tocaría en vida. Y de repente llegó el miércoles 22 de abril, el partido más importante de la temporada, y

Chicharito se supo titular. Antes de que siquiera iniciara el juego, llegaron las burlas en redes sociales, los injustific­ados cuestionam­ientos, los aburridos y predecible­s memes. Pero, como siempre, Hernández estuvo a la altura de sus propias expectativ­as, no las de nadie más. Fue el mejor jugador de la cancha, creando peligro, abriendo la cancha, asistiendo a compañeros y en el último suspiro del partido, metió al equipo más importante del mundo en semifinale­s del torneo de clubes más importante del mundo derrotando al rival de casa.

Hernández soltó en lágrimas en la banca tras ser sustituido. La presión le pudo más y no aguantó el llanto. Lo abrazó su entrañable amigo Keylor Navas y Chicharito encontró el consuelo que necesitaba y merecía: el ser reconocido como el extraordin­ario futbolista que es.

Y pese que la prensa española se rindió a sus pies, en México siguieron los cuestionam­ientos. Que si solo la empujó, que había fallado otras oportunida­des, que si la fallaba era malísimo. Pero Hernández no está en el Real Madrid por casualidad. Llegó tras años de éxito en el club más importante de Inglaterra, pese a perder la confianza de su entrenador. Después fue al Real Madrid, donde están quizás tres de los seis mejores delanteros del mundo. Y Hernández entrenó todos los días para probar que era merecedor de esa oportunida­d. Y lo demostró en el momento en que más debía hacerlo. Pero eso no es suficiente para muchos mexicanos. Y así vive nuestro país. Cuestionan­do a personajes que se han ganado su lugar, por méritos propios. No creemos en el éxito ajeno.

Hay quienes siguen pensando que Chicharito debe ir a un club de menor tamaño, donde sea titular por default, no por méritos propios. ¿Pero quién le puede decir a una persona que se conforme en lugar de vivir su sueño? Sería un mediocre quien tiene la oportunida­d de ir al equipo más importante del mundo y dice que no por miedo al fracaso, por temor a lo desconocid­o.

Los propios diarios de nuestro país hacen nota de declaracio­nes inoportuna­s e instrascen­dentes. Que si el técnico de México comentó que, pese a todo, Carlos Vela es mejor futbolista. Que el entrenador del Manchester United volvió a decir, tras sus dos goles el fin de semana, que no tiene cabida en ese equipo. Y un largo etcétera. Quienes cuestionan al Chi

charito poco saben de futbol. Pero menos entienden de la vida quienes quieren cortar las alas de un joven humilde, trabajador, talentoso.

Es un síndrome tristement­e mexicano. El hacer menos los logros de un connaciona­l habla sobre nuestro estado emocional. Vemos mal el éxito de otros cuando creemos que es imposible triunfar. Aunque el Chicha

rito nos pruebe, una y otra vez, que no es así.

Cuando se dio la transferen­cia de Hernández al Real Madrid, el futbolista español Marc Crosas, que juega en la liga mexicana, escribió en su cuenta de Twitter: “Veo más burlas que alegrías por lo del

Chicharito al Real Madrid. No entiendo nada. Deberían estar orgullosos de él. Un grande y la va a romper”.

Muchos se rieron del autor de este texto cuando aseguró que anotaría más goles que Raúl Jiménez esta temporada. Y Javier Hernández, pese a ganarse su lugar cada vez que pisa una cancha, es cuestionad­o por propios y extraños.

Es posible que Hernández jamás se gane la confianza de los mexicanos en una cancha de futbol. Siempre habrá cuestionam­ientos sobre su calidad. Pero es fácil entender que eso habla en realidad de quien expresa esa opinión.

Parece increíble que una persona como Javier Hernández no sea suficiente para el momento que vivimos como país. En lugar de ser un ejemplo para el resto, se ha vuelto un receptor de odio y resentimie­nto infundados. Pero así son las cosas. Y Chicharito lo entiende. Lo ha entendido toda su vida.

Quizás algún día, cuando más lo necesite su equipo, Hernández haga lo que mejor sabe hacer, sea el héroe del día y nosotros como mexicanos digamos: “regularzón, nomás”.

Es el segundo máximo goleador en la historia de la selección. Y aún así, se le cuestiona su talento

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El hacer menos los logros de un connaciona­l habla sobre el estado emocional de los mexicanos.

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