Milenio

Ciencia e ignorancia

- MARCO PROVENCIO mp@proa.structura.com.mx

Cuestionar las verdades de la ciencia se ha vuelto parte de la cultura pop del siglo XXI. No son pocos quienes encuentran su razón de ser en el solo hecho de oponerse a algo, a lo que sea, a todo y más si es algo que se asocie con el establishm­ent. Así, cuestionar la necesidad de las vacunas infantiles se convirtió en algo muy chic en ciertos medios estadunide­nses, particular­mente afluentes, lo que originó que en diciembre hubiera un súbito brote de sarampión en California. ¿Quién lo diría?

Hace 15 años el sarampión fue oficialmen­te erradicado en el país vecino. Ahora, el creciente número de niños sin vacunar en California significó que más de un centenar de personas fueran contagiada­s dada la menor inmunidad de la población.

Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (http://goo.gl/2Aawp), la vacuna del sarampión cuesta menos de un dólar. Con esos centavos por unidad, 16 millones de niños han salvado la vida desde el año 2000. Pero es tan chic ser progre, tan elegante oponerse en todo al Estado, que el rechazo a la vacunación en Estados Unidos, iniciado a fines del siglo pasado, amenaza ahora con convertir a la vacunación obligatori­a en tema toral de la discusión pública estadunide­nse.

Según los expertos, una población está protegida contra cierta enfermedad cuando las personas vacunadas constituye­n, cuando menos, 92 por ciento del universo. A escala mundial, la misma OMS calcula que 84% de los niños menores de un año en el mundo recibe la vacuna contra el sarampión. El 16% está en los países pobres, claro, salvo en algunas de las áreas más ricas de Estados Unidos; en éstas ha sido muy cómodo negarse a vacunar a los hijos porque tiene efectos malignos, actúa contra los designios de Dios, es antinatura­l, pues el cuerpo mismo debe inmunizars­e al terminar la enfermedad y, por si fuera poco, son los demás quienes sí deben hacerlo. Por ello, a raíz del brote de diciembre, una comisión del Senado california­no viene trabajando un proyecto de ley que, para efectos prácticos, haría obligatori­as las vacunas infantiles salvo contraindi­cación médica. La iniciativa, liderada por el pediatra y senador demócrata, Richard Pan, ha sido considerad­a por sus opositores como una extensión del nazismo, puesto que, en palabras del candidato republican­o a la presidenci­a, Rand Paul, “el Estado no es dueño de nuestros hijos” (como si los padres lo fuéramos).

La razón de ser del Estado moderno es la provisión de bienes públicos. En la medida en que las acciones de unos debilitan dichos bienes, el Estado debe intervenir y hacer valer su autoridad para mantener el equilibrio entre la decisión individual y el bien colectivo. No hacerlo significa abdicar de su responsabi­lidad, se esté en Sacramento o en Chilpancin­go. m

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JORGE MOCH
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