Milenio

Reforma insuficien­te y excesiva

EL PROBLEMA no es la autodeterm­inación de los defeños. Mucho menos si la ciudad está subsidiada o si sus gobernante­s deben controlar la billetera. El tema de fondo es un problema de poder

- JUAN GABRIEL VALENCIA

Ernesto Zedillo fue un presidente de pocos errores. Todos ellos graves. Uno, no menor, fue ceder a los chantajes que derivaron en la elección de jefe de Gobierno del Distrito Federal. Al paso del tiempo esa decisión legislativ­a es irreversib­le, pero lo que habría que preguntars­e hoy es si se requieren más reformas, quiénes las demandan y con qué fines.

Ya se pospuso la Reforma Política del Distrito Federal. Curioso debate el del Senado, que finalmente aprobó la reforma. Todos los oradores a favor enumeraron durante horas las insuficien­cias de la iniciativa aprobada. Todos los oradores en contra abordaron los excesos en que incurría la iniciativa. Esto es, para unos, insuficien­te; para otros, desmedido.

Desde un punto de vista financiero, al DF no se le iguala con un estado de la Federación ni a sus delegacion­es con un municipio. De entre los votantes en contra iban desde el senador que denunciaba que el país entero subsidia a la capital hasta el que considerab­a que debería facultárse­le a manejar la chequera del gasto público. Por cierto, el senador bajacalifo­rniano que lamentaba falsamente el subsidio del país al DF es el mismo que se quejaba hace unos días de leyes permisivas que permitían agasajarse con mujeres. Esa es la talla intelectua­l del bajacalifo­rniano, pero ese es otro tema.

El rasgo más importante de la reforma al Distrito Federal —no Ciudad de México, no todavía— es la previsión en la iniciativa pospuesta de tener una Constituci­ón propia derivada de un constituye­nte integrado de manera sui géneris para ese propósito. Métodos de integració­n de un constituye­nte pueden plantearse hasta el infinito y más. Todos son impugnable­s y más o menos útiles para el cumplimien­to de su objeto. Es ocioso que senadores que dicen estar comprometi­dos con las reformas, como Mario Delgado —sí, el de la Línea 12—, voten en contra porque no les parece la composició­n del constituye­nte del Distrito Federal. Lo pertinente sería que explicaran por qué la necesidad de las reformas y para qué.

El senador Roberto Gil argumentó a favor, en defensa de la autodeterm­inación de los ciudadanos del Distrito Federal. Hizo bien, en su discurso, en recordarno­s que nació en Tapachula y se formó en Ciudad Juárez. Quienes nacimos y nos formamos en el Distrito Federal no necesitamo­s que un chiapaneco y juarense defienda nuestra autodeterm­inación. Los defeños, durante décadas, ya habían ejercido su derecho a la autodeterm­inación eligiendo presidente de la República. Ese fue el error de Zedillo. No entendió que la complejida­d de la capital del país requería de la mano presidenci­al y de su instrument­o, un regente. De 1997 a la fecha se gestó un perverso botín económico y político con sus adláteres delegacion­ales que, a partir de Cárdenas, después Rosario Robles y de lleno con López Obrador, llevaron a institucio­nalizar la lumpenizac­ión y el clientelis­mo descarado de una de las ciudades más importante­s del mundo.

El problema no es la autodeterm­inación de los defeños. Mucho menos si la ciudad está subsidiada o si sus gobernante­s deben controlar la billetera. El tema de fondo es un problema de poder y parecería que uno de los pocos mexicanos que lo entienden es Manlio Fabio Beltrones, quien entiende qué es el poder y cómo se ejerce. La reforma no beneficia en nada al ciudadano y debe quedarse en la congelador­a. m

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