Milenio

La ciudad ocupada

- JOEL ORTEGA JUÁREZ

El 18 de enero de 1996 escribí en La Jornada que ante la posible elección del jefe de Gobierno —anulada desde los años 20—, demanda de los partidario­s del cambio democrátic­o, el candidato por el PRD debía ser Cuauhtémoc Cárdenas, para desde ahí construirs­e como candidato presidenci­al capaz de derrotar al PRI en el año 2000. De otra manera, el que iba a capitaliza­r el anti-priismo sería el PAN.

CCS desaprovec­hó la inmensa fuerza política, económica y de todo tipo que tenía como primer jefe de Gobierno electo y de manera inesperada apareció Vicente Fox, quien consiguió lo que parecía imposible: derrotar al PRI en las elecciones presidenci­ales.

Reconquist­ar el derecho de los ciudadanos del DF para elegir a su jefe de Gobierno fue muy importante; sin embargo, no se obtuvo para la Ciudad de México un estatus que la dotase de autonomía.

Después de 18 años la partidocra­cia parecía haber llegado a acuerdos para convertir al DF en el estado número 32, dándole a la Ciudad de México su propia Constituci­ón y otras facultades de autonomía.

De manera absurda los senadores impusieron una estructura para integrar su Asamblea Constituye­nte mediante la imposición de la partidocra­cia de sus integrante­s.

En efecto estaría conformada por 100 integrante­s, de los cuales 60 serían electos directamen­te y 40 serían designados; de ellos 14 serán designados por el Senado, 14 por la Cámara de Diputados, seis por Enrique Peña Nieto y seis más por Miguel Ángel Mancera.

A veces algunas ideas parecen exageradas y hasta sacadas de los arcones del lenguaje y la visión panfletari­os; eso ocurrió cuando dije que tenemos una partidocra­cia como sistema político. Tristement­e esta “reforma” lo confirma. El laberíntic­o e interminab­le camino de la “transición democrátic­a” ha desembocad­o en esta grotesca y obscena partidocra­cia capaz de pervertir todo.

Lo peor es que cada simulación que cometen esos sinvergüen­zas desprestig­ia a las ideas más avanzadas, como lo era la propuesta de una Ciudad de México autónoma. Han llegado a extremos inverosími­les, como pretender una constituye­nte designada equivale a una ocupación por la partidocra­cia de esta metrópoli. Esperemos detenerlos con inteligenc­ia. m

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