Milenio

“Las identidade­s nacio de hoy son una plural

En 2001 acaparó los reflectore­s de la escena internacio­nal con su novela Comprometi­da con la agenda social del mundo actual, la escritora danesa comparte sus impresione­s sobre Edward Snowden y su trabajo como activista en contra de la vigilancia masiva

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Janne Teller nació en Copenhague en 1964. Ha escrito novelas, numerosos cuentos cortos y ensayos político–fi losóficos. Es dueña de un estilo controvers­ial que ha provocado apasionada­s discusione­s. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacio­nales. Su polémico libro Nada, que incluso fue censurado, poco después obtuvo el galardón como Mejor Libro Infantil de 2001 que otorga el Ministerio de Cultura danés, el prestigios­o Le Prix Libbylit de 2008 como mejor libro infantil de la región francófona y, en 2011, el Michael L. Printz Honor Award de Estados Unidos. En 2014 Janne Teller ganó el Premio Drassow de Dinamarca y fue designada como jurado del importante Premio de la Paz del Comercio Librero Alemán. En 2013 fue una de los siete autores detrás de la campaña Escritores Contra la Vigilancia Masiva. Janne Teller participa con regularida­d en debates

públicos alrededor del mundo. En el mes de diciembre de 2013, seis personas, además de usted, se unieron para lanzar la Petición Contra la Vigilancia Masiva, en respuesta a las revelacion­es de Edward Snowden. Díganos más sobre el trasfondo, la historia humana: ¿cómo llegó a formalizar esta protesta? En junio de 2013, casi inmediatam­ente después de las revelacion­es de Edward Snowden, la escritora alemana Juli Zeh había hecho pública una carta dirigida a Ángela Merkel en la que le exigía a su gobierno la protección a la privacidad de los ciudadanos de su país. La carta no tuvo respuesta. A mí me preocupaba —me preocupa aún— la manera en que la libertad y la democracia se debilitan cuando las autoridade­s dejan de respetar la integridad y la privacidad personales. En aquel momento nadie parecía reaccionar a la tremenda transgresi­ón que Snowden había dejado al descubiert­o. Yo también pensé en escribir una carta pública al gobierno danés, pero sabía que el efecto hubiera sido mínimo, puesto que la vigilancia masiva no es un problema nacional sino global. Era evidente que había que tomar una medida internacio­nal. Hablé con otros escritores que compartían esta preocupaci­ón, como la estadunide­nse Isabel Cole, el búlgaro–alemán Ilya Trojanov y la británica Priya Basil, y como Juli Zeh también había llegado a la misma conclusión, empezamos a escribirno­s por vía electrónic­a; llegamos a ser siete al unirse a nosotros los escritores austriacos Eve Menasse y Josef Haslinger. Ahí fue cuando redactamos el texto y comenzamos a contactar a otros escritores.

Esto ocurrió a comienzos de octubre de 2013. Fue una tarea titánica. Sin una organizaci­ón que nos respaldara, ni secretario­s o dinero, teníamos que hacerlo todo nosotros. Hubo que convocar a la prensa para lograr la publicació­n simultánea mundial de la apelación en el Día de los Derechos Humanos. Trabajamos sin parar durante dos meses y medio, utilizando todos nuestros contactos, editores, agentes y colegas escritores para alcanzar a otros escritores de todo el mundo. El resultado fi nal nos dejó muy contentos: cuando la apelación se publicó, el 10 de diciembre de 2013, contenía la fi rma de más de 560 de los principale­s autores de 83 naciones, entre ellos seis premios Nobel.  ¿Qué consecuenc­ias tuvo la iniciativa? Creo que el apoyo de tantos autores importante­s al movimiento Escritores Contra la Vigilancia Masiva hizo que los políticos de todo el mundo comprendie­ran con claridad que no iban a poder desestimar la importanci­a de este tema. Hagamos un poco de memoria recordando el contexto. Snowden había sido completame­nte vilipendia­do cuando la apelación se hizo pública. Los gobiernos de Estados Unidos y del Reino Unido negaban, cuando no simplement­e ignoraban, todos los alegatos de Snowden, mientras que los aliados de aquellos países (incluyendo a Dinamarca, mi propia patria) con total cinismo declaraban que nadie vigilaba a los ciudadanos. Hubo amenazas, e incluso ataques, contra los periódicos que se animaron a cubrir la noticia, como la destrucció­n de computador­as en las oficinas de TheGuardia­n en Gran Bretaña, pero una vez que la apelación de los escritores se hizo pública, resultó imposible a las autoridade­s desestimar el asunto como si se tratara de los delirios de un muchacho loco y de un par de periodista­s de izquierda. Los gobiernos se vieron obligados a dar respuestas. ¿En qué se encuentra hoy la apelación? ¿Hay planes para realizar más protestas? La apelación fue una iniciativa puntual que tuvo el efecto que buscábamos: poner el tema de la vigilancia masiva en la agenda pública de forma tan contundent­e que los gobiernos se vieran forzados a dar la cara, dejar de mentir y de darle vueltas al asunto. Muchos escritores y otras personas continuaro­n fi rmando la apelación durante un largo tiempo hasta alcanzar las 220 mil fi rmas. Y nosotros siete, junto con otros fi rmantes, continuamo­s discutiend­o el tema y escribiend­o sobre él cada vez que nos resultaba posible: nos reunimos con el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schultz, en distintas ocasiones; algunos de nosotros incluso fuimos a Estrasburg­o a dialogar con los parlamenta­rios europeos, presentamo­s la declaració­n en la Cámara Baja de Alemania y hablamos con los negociador­es de las Naciones Unidas y la Unión Europea. También unimos fuerzas con el PEN para llamar la atención sobre el problema. Sin embargo, no somos políticos ni diplomátic­os, ni siquiera pertenecem­os a una organizaci­ón; somos simples escritores, individuos que se preocuparo­n en ese momento y aún se preocupan, pero que ahora debemos regresar a nuestras tareas literarias. Para cada uno de nosotros, todo esto representó un esfuerzo enorme que consumió mucho de nuestro tiempo, de manera que no es algo que podríamos hacer de manera continua. Además, hay un momento específico para cada forma de acción. La nuestra fue una iniciativa puntual, pero existen otras estructura­s que permiten la búsqueda de soluciones y de su implementa­ción. Actualment­e nos reunimos si resulta pertinente; de otra manera, dejamos que las negociacio­nes tomen su curso en los parlamento­s nacionales y de las Naciones Unidas, y que sean las organizaci­ones y los grupos de activistas en cada caso quienes las continúen.

"No hay planes de futuras intervenci­ones, pero considero que estamos tan comprometi­dos con la causa que estaríamos dispuestos a volver a la acción si llegara a ser necesario. Y existen otros temas que nos preocupan, al menos a mí y a algunos de los otros, como el fanatismo y el extremismo en Europa. Por el momento, al menos estoy más directamen­te involucrad­a con esto."

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