En busca del misterio final
Alexander Scriabin murió el 27 de abril de 1915. Su nombre dividía a los diletantes en dos bandos: quienes lo creían loco, quienes lo creían un santo
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El lunes, ante políticos, Alexander Scriabin defiende a gritos el lado utópico e idealista del marxismo. El martes, ante escritores, jura ferozmente que el arte tiene espíritu aristocrático y que nunca hará concesiones a la mayoría. Lo acusan de inestable, lo acusan de contradictorio. Sobre todo los compositores.
Pero Scriabin es un músico absoluto y eso lo hace único entre sus contemporáneos. Porque los otros, atrincherados en el nacionalista Grupo de los Cinco, lo son de medio tiempo. Tienen otras ocupaciones: Borodin, la química; Cui, la ingeniería; Rimsky–Korsakov y Mussorgsky, la carrera militar… En cambio, para Scriabin no hay nada más: la música acerca el alma humana hacia lo divino y él se considera a sí mismo como El Representante de lo Inexplicable sobre la Tierra. Crea partituras convencido de la inspiración divina.
Sus conciertos escandalizan. Son rituales esotéricos. En la sala, sobre escenario y butacas, instala luces amarillas, blancas, azules, rojas, verdes y moradas. Quema incienso, tomillo y ajenjo. “¡Ustedes están aquí para ser salvados!”, grita y en el piano toca sus obras, que presenta como profecías. Entre pieza y pieza lee poemas y convoca a levantar plegarias.
La poesía es muy importante en la esencia de su música. Primero está el poema; vienen después los sonidos. Están, por ejemplo, los definitivos versos que han inspirado su Poemadeléxtasis (que técnicamente es su CuartaSinfonía): “Os llamo a la vida, fuerzas misteriosas/ ahogadas en las profundidades oscuras del espíritu creador./ Tímidos proyectos de vida. ¡Yo os aporto la audacia!”.
Al definir claramente su conciencia de iluminado (el destino lo escogió para iluminar las almas y guiarlas hacia la salvación a través de su música), estos versos (que escribió en 1906) le ofrecen a Scriabin una sólida base poética para construir una profecía musical en la cual las tres búsquedas torales que hasta entonces ha emprendido encuentran su expresión definitiva: claridad formal (incluso conservadora: movimiento único con división interna tripartita); ambigüedad armónica (trazada en los límites de la tonalidad), y pequeñas ideas melódicas (o temas) asociadas a instrumentos y conceptos (voluntad: trompetas; languidez: flautas, violines y maderas; sueño: clarinetes) que introduce por separado y luego va acumulando hasta hacerlas explotar en un nuevo y concluyente material melódico (el triunfo del espíritu humano en su lucha por la liberación metafísica: toda la orquesta con la sorpresiva aparición de un órgano).
“Cada vez está más cerca del manicomio, ¿no creen?”, se burla Rimsky–Korsakov cuando escucha Elpoemadeléxtasis. Sin embargo, los seguidores de Scriabin, ya miles, se reúnen para escucharlo (en su reducción para piano) una y otra y otra vez durante sesiones que se extienden a veces toda la noche. Están convencidos de que, a fuerza de experimentarla, terminarán fusionándose con la música y entonces, existiendo en esos sonidos, su alma se elevará para unirse por siempre con los dioses.
Scriabin se obsesiona con esa idea: crear música capaz de desintegrar las almas en sonidos místicos, y para tal fin inventa su propio acorde (el disonante acorde místico: do–fa sostenido–si bemol–mi–la–re), con el que comienza a trazar una obra “en la que el arte debe unirse con la filosofía y la religión en un todo indivisible para formar un Nuevo Evangelio, pues el antiguo ya ha caducado”.
Esta visionaria utopía cósmica, que intitula Mysterium, la detalla como una partitura de 168 horas (una semana) de duración que debe ser interpretada en un templo especialmente construido a las faldas del Tíbet. Sus planes son desorbitados: cuatro masas corales, gran orquesta con órgano, un teclado que asociará un color a cada sonido y silencios tan prolongados que deben ser llenados con pintura, danza, teatro, pantomima, escultura, lecturas de poesía, misas, escenografía y efectos especiales.
Recluido en el campo, Scriabin trabaja del alba al crepúsculo; duerme tres horas y no acepta visitas. Está convencido de que es el Mesías. A mediados de abril de 1915, lo pica en el labio una mosca de establo que previamente ha picado a un caballo infectado de carbunco. Le salen tres pústulas malignas bajo su poblado bigote azabache y muere a la semana siguiente (día 27) con la boca rodeada de costras negras.
Su Nuevo Evangelio queda inconcluso. Desmontan su casa y se encuentran apuntes donde se leen cosas como “¡será la celebración de una alegría colectiva!” y borradores orquestales que son despreciados por todos los compositores rusos. Mucho tiempo después, Alexander Nemtin (1936–1999) los junta y reconstruye una especie de prólogo (de casi tres horas) al malogrado Mysterium; lo bautiza “Preparación para el último de los misterios de Alexander Scriabin”.
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