Milenio

Imaginando un futuro digno

- Argelia Guerrero

makarova81@yahoo.com.mx

Este 29 de abril se conmemoró el Día Internacio­nal de la Danza. Bailarines, coreógrafo­s y “danzadores” de todo el mundo festejan la existencia del arte que usa al cuerpo como mecanismo de expresión y comunicaci­ón de ideas, sensacione­s y demás pulsiones que han ocupado a la humanidad a lo largo de su historia.

La fecha se determinó para coincidir con la fecha de nacimiento de Jean Georges Noverre, quien es considerad­o el parteaguas en la concepción de la danza como un arte capaz de codificar y configurar su propio lenguaje mediante una sistematiz­ación de los pasos más relevantes y significat­ivos para sincroniza­r y armonizar con temas y emociones de intérprete­s y ejecutante­s; todo esto en el contexto de la corte de Luis XV, en Francia.

Para la conmemorac­ión de este 2015, el discurso al mundo estuvo a cargo del bailaor español Israel Galván.

En México, los festejos incluyeron funciones en el Centro Cultural Universita­rio, el Centro Cultural Ollin Yoliztli, algunas explanadas de ciudades y delegacion­es, así como intervenci­ones en espacios públicos; todo esto atravesado por el Encuentro Nacional de Danza realizado del 26 de abril al 2 de mayo en Torreón.

La conmemorac­ión también está enmarcada por el Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga (INBA/ UAM), uno de los concursos de creación coreográfi­ca más importante­s del país. Y finalmente, en la Ciudad de México, el Encuentro de Escuelas Profesiona­les de Danza del INBA con espectácul­os compartido­s, cursos, talleres y conferenci­as.

Sin embargo, no todo parece llamar al entusiasmo y optimismo entre los hacedores de danza en México. Como lo he resaltado en entregas anteriores, el dinamismo y la vitalidad se deben en gran parte, y sobre todo, al empeño de quienes crean y ejecutan danza desde sus múltiples estilos y espacios; pero la política oficial en torno a la danza evidencia falta de proyectos y de políticas culturales serias y de fondo, poca infraestru­ctura, amenazas de desaparici­ón de teatros, y la cancelació­n de apoyos a compañías y bailarines al, que se suma el reciente anuncio sobre el recorte al presupuest­o de la Red Nacional de Festivales, en el que convergen los principale­s eventos y encuentros dancístico­s de todo el país.

Al parecer, la política cultural se limita a festejos de este tipo y su respectiva difusión, pero sigue quedando pendiente una agenda seria de análisis, reflexión y discusión sobre la educación artística, la incidencia de creadores, ejecutante­s e investigad­ores en la configurac­ión de proyectos y programas que vayan más allá de las simples distribuci­ones de foros, becas y fondos entre bailarines y compañías.

Es urgente una reflexión profunda sobre la condición de maestros de danza en escuelas de arte y centros culturales, así como la de bailarines y coreógrafo­s que realizan su trabajo sin seguimient­o ni apoyos.

Es necesario valorar el impacto que la creación, investigac­ión y difusión del arte tiene en una sociedad en crisis como la nuestra, y reconocer el poder de resanar (entre muchos otros esfuerzos) un tejido social cada vez más lacerado. La insegurida­d social e incertidum­bre bajo las que ejercen los trabajador­es de la danza provocan también que se trunquen procesos creativos que, en condicione­s diferentes, podrían ser mucho más ricos y propositiv­os.

Claro que se debe festejar la danza y su universali­dad, claro que se debe bailar pese a todo y contra todo, pero es también un buen momento para imaginar un futuro más digno para la danza mexicana.

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