Imaginando un futuro digno
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Este 29 de abril se conmemoró el Día Internacional de la Danza. Bailarines, coreógrafos y “danzadores” de todo el mundo festejan la existencia del arte que usa al cuerpo como mecanismo de expresión y comunicación de ideas, sensaciones y demás pulsiones que han ocupado a la humanidad a lo largo de su historia.
La fecha se determinó para coincidir con la fecha de nacimiento de Jean Georges Noverre, quien es considerado el parteaguas en la concepción de la danza como un arte capaz de codificar y configurar su propio lenguaje mediante una sistematización de los pasos más relevantes y significativos para sincronizar y armonizar con temas y emociones de intérpretes y ejecutantes; todo esto en el contexto de la corte de Luis XV, en Francia.
Para la conmemoración de este 2015, el discurso al mundo estuvo a cargo del bailaor español Israel Galván.
En México, los festejos incluyeron funciones en el Centro Cultural Universitario, el Centro Cultural Ollin Yoliztli, algunas explanadas de ciudades y delegaciones, así como intervenciones en espacios públicos; todo esto atravesado por el Encuentro Nacional de Danza realizado del 26 de abril al 2 de mayo en Torreón.
La conmemoración también está enmarcada por el Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga (INBA/ UAM), uno de los concursos de creación coreográfica más importantes del país. Y finalmente, en la Ciudad de México, el Encuentro de Escuelas Profesionales de Danza del INBA con espectáculos compartidos, cursos, talleres y conferencias.
Sin embargo, no todo parece llamar al entusiasmo y optimismo entre los hacedores de danza en México. Como lo he resaltado en entregas anteriores, el dinamismo y la vitalidad se deben en gran parte, y sobre todo, al empeño de quienes crean y ejecutan danza desde sus múltiples estilos y espacios; pero la política oficial en torno a la danza evidencia falta de proyectos y de políticas culturales serias y de fondo, poca infraestructura, amenazas de desaparición de teatros, y la cancelación de apoyos a compañías y bailarines al, que se suma el reciente anuncio sobre el recorte al presupuesto de la Red Nacional de Festivales, en el que convergen los principales eventos y encuentros dancísticos de todo el país.
Al parecer, la política cultural se limita a festejos de este tipo y su respectiva difusión, pero sigue quedando pendiente una agenda seria de análisis, reflexión y discusión sobre la educación artística, la incidencia de creadores, ejecutantes e investigadores en la configuración de proyectos y programas que vayan más allá de las simples distribuciones de foros, becas y fondos entre bailarines y compañías.
Es urgente una reflexión profunda sobre la condición de maestros de danza en escuelas de arte y centros culturales, así como la de bailarines y coreógrafos que realizan su trabajo sin seguimiento ni apoyos.
Es necesario valorar el impacto que la creación, investigación y difusión del arte tiene en una sociedad en crisis como la nuestra, y reconocer el poder de resanar (entre muchos otros esfuerzos) un tejido social cada vez más lacerado. La inseguridad social e incertidumbre bajo las que ejercen los trabajadores de la danza provocan también que se trunquen procesos creativos que, en condiciones diferentes, podrían ser mucho más ricos y propositivos.
Claro que se debe festejar la danza y su universalidad, claro que se debe bailar pese a todo y contra todo, pero es también un buen momento para imaginar un futuro más digno para la danza mexicana.
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