Milenio

LA MANO DEL FUEGO

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Es en Mogador la hora en que el sol toma por sorpresa a los amantes. No interrumpe sus besos desvelados, los ilumina. El aliento enamorado que los ata desde anoche en cada beso es un hilo de aire que no cesa, que los trastorna, que los convierte en un solo cuerpo y a la vez en mil…

Se exploran sin cesar, se gozan, ya no saben desde cuándo. Se conocen, se desconocen, se reconocen desconocid­os. Sus besos marcan el tiempo interno, infinito, de sus cuerpos de mil poros entreabier­tos, de mil brazos y piernas y dedos entretejid­os. Y unas cuantas palabras trenzadas con ardor, como escritura muy tensa y muy lentamente dibujada. Las palabras de amor son fuegos breves que brotan entre sus cuerpos…

El sol marca el otro tiempo, el externo, el del giro del mundo, el de los relojes. Pero es verdad, también el de la gravedad de los planetas. La que vuelve a los amantes como piedras imantadas, materia que gira mutuamente atraída. Un amante es luna llena del otro y también su más alta marea…

La noche de los enamorados, en Mogador, se lleva dentro. Desde ahí ilumina. Y todo lo demás en la vida, aunque sea algo que duela, se vive con fortaleza y cierta alegría. (Fragmento) ALBERTO RUY SÁNCHEZ

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