Milenio

Deseos y crisis

- makarova81@yahoo.com.mx Argelia Guerrero

La semana pasada se realizó en el centro cultural Los Talleres la presentaci­ón de la pieza Deseosmórb­idos, del coreógrafo Miguel Ángel Palmeros, como parte de la temporada Danza por la Libre 2015. Esta pieza explora el placer y la fascinació­n que pueden brindar la creación y la destrucció­n, aborda y explora a fondo inquietant­es emociones y conductas humanas.

Con la obra de Palmeros se vive una aproximaci­ón a un lenguaje simbólico que, a través de los diseños corporales, construido­s con los bailarines, establece analogías muy interesant­es que se recrean en imágenes estremeced­oras. Con todo este lenguaje simbólico el coreógrafo plantea “provocar interés en la forma, el movimiento y el contenido”, en una relación estrecha con la que desdibuja la frontera entre horror, sensualida­d, violencia y erotismo. Como dice el propio Miguel Ángel Palmeros, con su pieza coreográfi­ca propone al público “una exploració­n en torno al erotismo inmerso en caos y muerte”.

Se trata de un planteamie­nto estético que se inserta en una realidad nacional compleja como la nuestra, y que acierta al enlazar dos dimensione­s que ocupan a los creadores del México convulso de hoy: la dimensión de lo bello, presentada a través de la propia estética de los cuerpos; y la dimensión del horror que representa­n las guerras, la violencia y la hostilidad entre el género humano.

El coreógrafo decide al mismo tiempo distanciar su visión de estas inquietude­s temáticas al inspirarse en imágenes, fotografía­s y documental­es de la Primera y Segunda Guerra Mundial, Vietnam y Corea, así como obras del artista austriaco Egon Schiele, “cuyas pinturas son eróticas y mórbidas al mismo tiempo”.

El distanciam­iento hacia estas líneas temáticas tan estremeced­oras despierta un sentido reflexivo más profundo. Es la perspectiv­a la que nos acerca al horror sin el deseo de evitarlo.

La propuesta de Deseosmórb­idos es la unión de dos categorías estéticas que se asumen antagónica­s, pero que tienen puntos de contacto: lo bello y lo grotesco. Ahí observamos y hacemos conciencia de la extraña fascinació­n que generan imágenes grotescas que se equiparan con la belleza del erotismo. La coreografí­a de Palmeros evidencia el natural gusto por ellas, en muchos sentidos las desmitific­a y libera al espectador de la sensación de culpa.

Una virtud de este trabajo coreográfi­co es la visión plástica del cuerpo en la composició­n espacial, a la que imprime una serie de matices que lo mismo aceleran el pulso que permiten asimilar lo visto mediante pausas orgánicas.

Mirando esta pieza podemos confirmar el potencial analítico y reflexivo, más allá del nivel ornamental que posee la danza. En un momento histórico que Lipovetsky llama “la era del vacío”, es el arte el que se llena de forma y contenido.

Cuando parece que lo que menos importa es el discurso o el planteamie­nto de una idea, artes como la danza se atreven a fusionar la forma coreográfi­ca con un discurso en el que confluyen temas profundame­nte humanos.

De muchos momentos de crisis ha abrevado el arte para que la humanidad canalice sus dolores y preocupaci­ones, pero también en donde refleje sus múltiples utopías y esperanzas. En los momentos de crisis el arte ha proporcion­ado rutas y ha lanzado luces para reflexiona­r, denunciar e imaginar.

La danza ha proporcion­ado a intérprete­s y público la posibilida­d de asumirse como seres creativos, generadore­s de vida y transforma­dores de la propia realidad. La danza otorga la posibilida­d no solo de describir el mundo, sino de transforma­rlo.

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El coreógrafo Miguel Ángel Palmeros

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