A Leila Guerriero
Un encuentro fugaz puede dejar sensaciones perdurables; un contacto leve, apenas dibujado, producir un relato íntimo de probabilidades infinitas
Ahí estabas, para mi desconcierto, al fondo de la camioneta, sola, con tu abundante cabellera de rizos en cascada, con esa expresión que va de la incomodidad a la sonrisa, y que solo las mujeres más atractivas poseen. Apenas pude hablar. ¿Te diste cuenta? Enumeré tus libros confundiéndolos o repitiéndolos y llegando al hotel no me opuse, como acostumbro, a que nos tomaran fotografías. Estuviste de acuerdo, con ese gesto amable que también significa “ya basta” y que solo tienen las mujeres brillantes. Al abrazarte, me dijiste en voz baja, “sentirás el gran peso de mis 50 kilos”. Desde entonces he sentido el viento Leila en la cara, la temperatura Leila en el termómetro, el sudor Leila en el pecho. La mayor obviedad: con volverte a leer vuelvo a mirarte. La mayor realidad: no sé dónde estarás, en estos días de febriles vuelos retrasados que me hunden.