El día que gane Donald Trump
Ayer, Frank Bruni recordaba en The New York Times que desde 1980 ningún aspirante republicano que ha ganado las primarias en New Hamsphire y Carolina del Sur ha perdido la nominación. Y solo un precandidato, Newt Gingrich, ha ganado Carolina del Sur y después perdido la nominación republicana.
Tal parece que tendría que suceder algo extraordinario, tan extraordinario como el propio fenómeno Trump, como para que sea derrotado. Tal vez la presión del establishment republicano para que todos los candidatos que aún compiten declinen a favor de alguien como Marco Rubio, pero eso se ve complicado.
Así que hoy todo apunta a que el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos será Trump. Si a eso sumamos la debilidad de Hillary Clinton como candidata, que apenas gana cada primaria por unos cuantos votos frente al senador Sanders; es probable que la campaña rumbo a noviembre sea mucho más apretada que lo que hace unos meses se pensaba.
El sábado, después de su triunfo, Trump volvió a repetir la cantaleta de que el muro en la frontera lo pagará México mediante propuestas que incluyen apropiarse de las remesas, repitió que impedirá, con sanciones fiscales, a empresas que quieran transferir inversión y trabajos a México y que terminará con los acuerdos comerciales que han sido, dice él, desastrosos para su país. No lo dijo el sábado, pero sus planes incluyen hacer la vida imposible para los mexicanos indocumentados que viven en Estados Unidos, para eventualmente hacerlos regresar a México.
El sábado por la noche se acabó el chiste.
Las propuestas de un posible próximo presidente estadunidense son una amenaza seria para los mexicanos que viven en Estados Unidos y para la economía mexicana que depende insanamente de la relación con el país del norte.
El gobierno mexicano se ha hecho de la vista gorda frente al magnate inmobiliario. Ha preferido callar o decir ambigüedades sin efecto. En Los Pinos y la cancillería siguen confundiendo viajar con hacer política exterior y nuestra presencia en Estados Unidos, la real, la que influye, está por los suelos.
En noviembre, el día que gane Trump, será muy tarde. Y aún si pierde, su influencia en el discurso y opinión pública habrá forzado a demócratas y muchos republicanos a repetir e insistir en algunas de sus tonterías. Alguien debería tener un plan. Esto ya no es un chiste de programa de tele. M