Facebookistán
¿DEBE SER TRANSPARENTE una empresa privada, con su dueño bien identificado, como Facebook?, ¿puede un dueño hacer lo que quiera con su empresa aunque ésta tenga una población mayor que la de China?
El director danés Jackob Gottschau filmó un interesante documental sobre Facebook o, más bien, sobre la oscuridad que rodea a esta compañía, lo cual hace que el espectador asista a una pieza de cine donde lo que más ilustra es lo que no se enseña.
Facebokistán (2015) se llama sugerentemente el documental, y el nombre remite a un país de la órbita fundamentalista: da a entender que Facebook, ese territorio virtual que ya tiene más habitantes que China, está gestionado desde la opacidad.
Al intentar averiguar cosas elementales como ¿qué pasa con nuestra información personal en Facebook?, el joven abogado Max Schrems, que es el protagonista del documental, descubre, mientras va filmando, que en las oficinas de la compañía no hay quién dé información sino solamente un policía que no tiene idea de lo que se cocina en su edificio. Cuando busca al responsable del ramal europeo de la red social, llega a un edificio siniestro e inaccesible en Irlanda, un territorio en el que las empresas pagan menos impuestos que en el resto de los países.
¿Debe ser transparente una empresa privada, con su dueño bien identificado, como Facebook?, ¿puede un dueño hacer lo que quiera con su empresa aunque ésta tenga una población mayor que la de China? Conviene hacer estas preguntas porque Facebook crece tan rápidamente que ha dejado en offside a los gobiernos de los países en los que opera, porque no solo es una empresa opaca sino que también posee una cantidad de datos que le son muy útiles a estos gobiernos; es decir, la opacidad de la compañía queda matizada, incluso anulada, por su calidad de socia estratégica. Si un activista político de determinado país, o un terrorista, o un secuestrador o un defraudador fiscal tienen Facebook, éste tiene información crucial para el gobierno de ese país.
Pero no solo se trata de la información que, sin el consentimiento de la clientela, almacena: en Facebookistán —que puede usted ver ahora mismo en YouTube— nos cuentan de la información que censuran, de un equipo de miles de empleados, en diversos países, que todo el día revisan los contenidos y censuran los que consideran que pueden ofender a los usuarios, lo mismo puede ser el pecho desnudo de una jovencita que el cuerpo descuartizado de la víctima de un cártel del narcotráfico.
¿Quién dice qué permanece y qué se censura en Facebook? Nadie lo sabe, pero Gottschau nos presenta a una señora que censura fotografías desde Filipinas y que cuenta que, como le pagan por pieza censurada, va censurando lo más rápido que puede, se detiene unos cuantos segundos en cada imagen y así, a botepronto, censura o deja que corra.
Europa comenzó a recelar de la omnipotencia de Facebook y de otras compañías como Google, a partir del Danish Case, el famoso caso de unas fotografías censuradas que ya circulaban en la portada y en las ilustraciones interiores de un libro. Las fotos son de una inocencia que raya en la bobería: son de un grupo de amigos hippies desnudos que preparan una comida a la intemperie o vacilan en la orilla del mar. El abogado Max Schrems que, como digo, pro
tagoniza este documental, logró el año pasado que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea le diera la razón en el caso Europa vs. Facebook, y que anulara el acuerdo de transferencia de datos entre Estados Unidos y el Viejo Continente. La idea es que, a partir de aquellos escandalosos documentos filtrados por Edward Snowden, quedó claro que la Unión Americana no puede garantizar la seguridad de la información de los ciudadanos europeos en empresas como Facebook, Apple, Google, Twitter y Microsoft. La sentencia está ahí pero de momento no se aplicará porque hacen falta una serie de complicadas modificaciones técnicas que llevarán su tiempo.
Pero volvamos al tema de la censura, a esa constelación de señoras, salpicada por todo el planeta, que va eliminando a toda velocidad o dejando correr las imágenes de Facebook. ¿Con qué criterio?, con el que los instruye la compañía que es, según sabemos, un grupo de jóvenes en camiseta que se han instalado en California, a las órdenes de Mark Zuckerberg, un joven relativo de 32 años. Imponer un código moral, con un brazo operativo que censura a quien lo infringe, a una población de mil 600 millones de personas, es un poder de dimensiones religiosas, que solo puede compararse con el de la Iglesia católica, cuyo código moral solo alcanza a mil 250 millones de fieles, o por el del mundo musulmán, que no tiene más de mil 500 millones de followers.
¿Cómo piensan lidiar los Estados con esa empresa, poderosa, ubicua y opaca, que tiene la información íntima de todos y que no para de crecer? m