La hora de los resentidos
Las armas no matan, dicen los amantes de las pistolas automáticas y los rifles de grueso calibre, pero cuando te puedes agenciar un fusil de asalto en la tienda de la esquina es mucho más probable que tus instintos asesinos se materialicen en una pila de cadáveres. Esto, lo de que cualquier lunático con ínfulas de verdugo ejecutor logre tener el mismo armamento que los comandos de las fuerzas especiales, es sólo una parte de la ecuación. El otro elemento es la imbecilidad y, finalmente, el tercer componente es el odio, ese oscuro resentimiento tan vilmente incitado, en estos tiempos, por los fanáticos intolerantes. Y, bueno, podríamos hablar también de la despreciable cobardía de quienes atacan a seres humanos perfectamente indefensos, gente que está simplemente ahí, en cualquier lugar, sin hacerle daño a nadie, y a la que, en una siniestra lotería, le toca una aberrante sentencia de muerte.
El debate sobre la alegre comercialización de armas de fuego de altísimo poder seguirá en los Estados Unidos y se seguirán también escuchando las voces de quienes se niegan deliberadamente a distinguir la diferencia entre el posible derecho constitucional a poseer una pistola para salvaguardar tu seguridad personal y la dudosa prerrogativa de almacenar auténticos instrumentos de exterminio. Al final, se impondrán los torvos conservadores que militan en la Asociación Nacional del Rifle y los fabricantes de armamento se frotarán las manos mientras escuchan el imparable tintineo de la caja registradora.
Y, bueno, a todos aquellos individuos que integran la subespecie-de-los-que-resuelven-susproblemas-matando-a-los-demás, nunca les faltará un enemigo, no señor: existirán siempre homosexuales, ateos, seguidores de religiones equivocadas, liberales blasfemos y todos esos otros que, por el mero hecho de haberse atrevido a ofender al violento radical, merecerán ser asesinados.
Al rústico cretino que aniquiló a 50 personas en Florida le había alterado fuertemente que se besaran dos hombres delante de él. Decidió entonces matar indiscriminadamente a medio centenar de seres humanos. Por cierto, me pregunto qué tan oscuramente complacidos estarán los homofóbicos de este planeta. Para muchos de ellos, supongo, esta abominable masacre habrá sido un acto de justicia divina… M