La nueva solovinia
No basta detenerse en los “amados solovinos y solovinas” de Morena y su Rayito, que no chistan ni cuando éste los compara con perros desfavorecidos que agradecen lealmente maltratos y despojos sin aspirar a nada mejor; y es que, con base en la evidencia, el símil no parece tan errado.
Más allá de la anécdota, la adscripción absoluta, acrítica e irracional a un líder o grupo autoritario y oscurantista parece ser lo de hoy, y no solo en México, donde la dictadura tricolor —esa donde López Obrador militó, con enjundia, por décadas, incluso después de la matanza del Jueves de Corpus— permanece tangible solo en la memoria de los viejos: en Occidente en general llevamos un par de generaciones relativamente prósperas, seguras y libres, habiendo crecido lejos del horror experimentado por los abuelos y bisabuelos durante y, en América Latina, poco después de las guerras mundiales, cuando los proyectos autoritarios y personales de poder, de izquierda y de derecha, hicieron de la censura, la tortura, la miseria y el miedo vida cotidiana; cuando en México, por ejemplo, el activismo implicaba la posibilidad de que sin más proceso que un rumor y un levantón te llevaran al campo militar para arrancarte los pezones con pinzas, y no que pasaras una noche en la delegación luego de haber incendiado locales bajo el cobijo de medios y ONG “comprometidos”.
Porque si en nuestro país, inexplicablemente, hoy es tomado como opción sería el mesiánico populista que describe al ciudadano perfecto como un perro jodido y manso, en Estados Unidos, cuna de la democracia moderna, no se quedan muy atrás con ese portento de la estulticia, del autoritarismo y de la incivilidad que es Donald Trump quien, apenas ayer, le revocó el acceso a su campaña al Washington Post por no gustarle su cobertura y, encima, amenazó a su dueño, Jeff Bezos, con lanzar una investigación por prácticas monopólicas contra Amazon, también empresa de Bezos, de llegar a la presidencia. Mientras, en Austria, Grecia, Francia y Alemania, otrora paladines de la civilidad moderna, el neofascismo asoma cada vez con más fuerza su horrible cabeza, y no olvidemos a los solovinos del Islam radical —apenas tantito peores que los de cualquier otro credo—, como el que ayer mató por la libre y en el nombre de su Dios a medio centenar de personas en Orlando.
Con ninguno de los anteriores hay diálogo posible, porque su filiación es tan inquebrantable como irracional, y su maniqueísmo lleva implícita la justificación de la violencia, de cualquier tipo de violencia, como método aceptable en la construcción de su particular utopía. Y, sin embargo, igual votan. m