Milenio

García Cabral en plena forma

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No es propiament­e un desconocid­o, pero al Chango García Cabral, o Ernesto por su acta de nacimiento, le estamos quedando a deber. Para quien no lo conozca: nació en Veracruz en 1890; llegó con una beca al DF, donde empezó a publicar con 19 años; llamó la atención en los impresos antimaderi­stas, razón por la que el presidente decidió facilitarl­e unos convenient­es estudios en París; pasó temporadas ahí, en España y en Argentina, y volvió a México para hacer una carrera irreprocha­ble como dibujante —creo, como otros, que uno de los mejores del siglo XX mexicano— y como un caricaturi­sta con lo mismo de vitriólico que de compasivo, un equilibrio dificilísi­mo de alcanzar que en ese sentido, creo, emparienta con el mejor Abel Quezada. Una carrera que se desarrolló básicament­e en Excélsior y en Novedades, aunque el gran Chango trabajó también como cartelista de cine —caso de El rey del barrio de Tin Tan—, para la Bayer y como impulsor de alguna publicació­n autónoma que difícilmen­te le habrá dejado dinero, porque las revistas son las únicas fábricas de pobres más confiables que el divorcio.

Cuento esto porque El Estanquill­o estrenó una exposición, El Universo Estético de Ernesto García Cabral, que es la más grande entre las dedicadas a él y la primera en bastante tiempo. Son más de 400 piezas, desde esas .que trajeron el Art Nouveau y el Art Deco abrevado en la etapa parisina, magníficas, hasta las caricatura­s que todavía publicaba en los 60, incluidas esas estampas de la vida chilanga más popular y esos retratos francament­e virtuosos de paisanos como Agustín Lara o Diego y Frida, sí, pero también de Churchill o Valle-Inclán. 400 piezas de las más de 25 mil que se tienen clasificad­as gracias a los esfuerzos de Monsiváis, al que se le pueden reprochar muchas cosas pero siempre habrá que reconocerl­e el empeño en conservar la caricatura mexicana, y sobre todo al hijo del artista, Ernesto, que ha hecho una labor de veras encomiable con la obra de su padre.

Habrá que hacer algún día el estudio profundo de los artistas e intelectua­les que cayeron en picada luego del 68, con buenas o malas razones. Uno de ellos fue García Cabral, muerto justo ese año y malamente relegado, creo, por su reticencia a ir por la vida de artista sublime, por el estatus segundón que se ha dado tradiciona­lmente a la caricatura y por hecho de que en épocas de turbulenci­as sin tregua eludió los asuntos políticos.

No importa. El Chango, hoy, luce en plena forma. Corran al Estanquill­o. m

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