Inegilandia y la pobreza
La disputa entre el Inegi y el Coneval por la medición de la pobreza ha evidenciado el lado miserable de las políticas sociales para enfrentar este problema. La primera institución decidió cambiar de manera unilateral y sin previo aviso la metodología para medir el ingreso en los hogares del país, y ello dio por resultado conclusiones incongruentes y poco transparentes sobre la situación de las familias más pobres en el país.
Por ejemplo, con la nueva metodología, el Inegi concluyó que el año pasado el ingreso de los hogares más pobres se incrementó un 33.6%, mientras que el ingreso corriente de los hogares a escala nacional fue de 11.9%, ya descontada la inflación.
De acuerdo con el presidente del Inegi, los pobres en México tienden a ocultar sus ingresos reales (por ejemplo, no saben cuánto ganan sus parejas) y ello repercute en una subestimación del ingreso en estos hogares.
(No precisó el Inegi las causas de este fenómeno de ocultamiento, pero seguramente se debe a un temor fundado a que el SAT les cobre impuestos o a que los delincuentes de la colonia los secuestren o extorsionen).
El cambio de método por lo pronto no permitirá hacer comparaciones con las mediciones que se vienen realizando desde 2008, por lo que no se podrán evaluar las políticas sociales actuales con las anteriores.
Por obra y gracia del nuevo método, los hogares más pobres del país amanecieron con la noticia de que sus ingresos aumentaron una tercera parte, sin que ellos mismos lo notaran. Son 33 por ciento menos pobres que en los años anteriores.
Esta mejora estadística, inesperada y súbita no se registra por supuesto en la realidad. El mismo Inegi y otras instituciones públicas y privadas que miden el pulso económico y social del país han venido reportando puntualmente el virtual estancamiento del mercado interno, las recaídas de confianza de los consumidores, la pérdida sostenida del ingreso familiar, los recortes al gasto público social, el crecimiento del desempleo, la devaluación del peso en 42% en los últimos años, el incremento de los índices de desigualdad social y el aumento de la población en situación de calle que se ha registrado en las principales ciudades del país, entre otros muchos indicadores que nos hablan del crecimiento de la pobreza, no de su disminución.
El Inegi, que en otros muchos aspectos es una institución seria y respetable, en el caso de la medición de la pobreza ha mostrado una gran miseria de miras, de objetivos y de métodos, a grado tal que podríamos hablar de Inegilandia, o el país donde la pobreza se combate con un menú de estadísticas y mediciones a modo. En Inegilandia la pobreza no se crea ni se destruye, solo se transforma estadísticamente. La pobreza no es un problema social ni económico ni político, sino de medición cuantitativa. La filosofía política de esta visión científica es muy sencilla: si no puedes con la pobreza, cambia de método y verás que grandes avances vas a tener.
Esta disputa entre el Inegi y el Coneval por la medición de la pobreza revela la miseria de nuestras políticas sociales para combatir uno de los principales problemas del país. Si las instituciones no son capaces de ponerse de acuerdo para medir la pobreza, mucho menos lo serán para combatirla a fondo. m