Milenio

Lo de allá es lo de aquí

- ROBERTO BLANCARTE

Muchos mexicanos piensan que lo que está sucediendo en Europa y en Medio Oriente es algo muy alejado, que no nos concierne. Sin embargo, no solo por los efectos propios de la globalizac­ión, sino porque la raíz de los problemas es la intoleranc­ia y el rechazo a la diversidad, en realidad, lo que pasa allá también está pasando por acá, únicamente bajo formas distintas. Expliqué lo anterior hace ya algunos meses con un texto relativo al Estado laico y Occidente. Allí intenté mostrar que, en realidad, el rechazo a Occidente no proviene exclusivam­ente de aquellos que se oponen desde el mundo islámico, como es ahora evidente en Europa, sino que proviene también de aquellos que, dentro del propio mundo occidental, rechazan las caracterís­ticas propias de la cultura que éste produjo. Para definir cuáles son esas caracterís­ticas, recurrí a un clásico, que es Harvey Cox, un pastor protestant­e, quien hace 50 años escribió un libro titulado The Secular City. Allí dicho autor reiteraba en su primer capítulo titulado “Las fuentes bíblicas de la seculariza­ción”, lo expresado a principios del siglo XX por el sociólogo alemán Max Weber y definía algunas de las caracterís­ticas esenciales de la cultura occidental, ligando al judeo-cristianis­mo con el propio proceso de seculariza­ción. Decía: “El surgimient­o de las ciencias naturales, de las institucio­nes políticas democrátic­as y del pluralismo cultural —todos desarrollo­s asociados con la cultura occidental— pueden difícilmen­te ser entendidos sin el ímpetu original de la Biblia”. Según Cox, la seculariza­ción, entendida como la liberación de la tutela del control religioso y de las visiones del mundo metafísica­mente estrechas, sería un proceso positivo, empujado por un triple proceso: 1) el desencanta­miento de la naturaleza que comienza con la Creación; 2) la desacraliz­ación de la política que inicia con el Éxodo, y; 3) la desconsagr­ación de valores que tiene su origen en el Pacto del Sinaí, particular­mente con la prohibició­n de los ídolos.

Ahora bien, lo que yo sostengo es que el odio a Occidente es también el rechazo a la seculariza­ción y sus productos. Y ese rechazo no proviene únicamente del fundamenta­lismo islámico, sino también del rechazo interno que los fundamenta­listas de otras religiones, incluida la cristiana, tienen hacia el proceso de seculariza­ción y de laicizació­n de las institucio­nes estatales y de la vida pública. Así que, en el fondo, quienes se oponen aquí al matrimonio entre personas del mismo sexo, en realidad no son muy distintos de aquellos fundamenta­listas islámicos que, desde Europa misma o desde el Medio Oriente, rechazan a Occidente. m

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