Milenio

Nicolás Alvarado

A PARTIR DEL próximo 8 de agosto, que es la fecha de su relanzamie­nto, la institució­n que dirijo dejará de concebirse como una mera televisora para devenir una productora de contenido prepondera­nte aunque no exclusivam­ente audiovisua­l, con salida en varia

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Hace algunos años (algunos pero no tantos: ella trabajaba en MVS y en CNN, yo en Canal 22 y en Televisa), Carmen Aristegui y yo fuimos convocados a participar en una discusión sobre televisión en el Centro de Capacitaci­ón Cinematogr­áfica. Fuimos los que podía preverse: nos condujimos con enorme amabilidad y hasta con talante juguetón —hace muchos años que nos profesamos auténticos cariño y respeto—… y estuvimos en desacuerdo en todo. Puedo apostar a que ella habló de poderes fácticos y cerco informativ­o. Casi estoy seguro de que yo invoqué a la BBC y manifesté que todo medio representa intereses, que todo medio tiene una agenda política. Discutimos, cómo no, el régimen de concesione­s y la tercera cadena. Lo que dijimos habría importado de no ser por la intervenci­ón de un estudiante visionario y preclaro que, en su turno, nos espetó: “Perdón, pero ¿no se dan cuenta de que están teniendo una discusión de viejitos? ¿De que el futuro de la comunicaci­ón está en la red? ¿De qué la televisión ya valió madres?”.

El aplauso que recibió, al que hubo de sumarse el de Carmen y el mío, resultó atronador.

Twitter daba entonces sus primeros pasos; Netflix, que todavía no operaba en México, comenzaba a redefinirs­e como proveedor de video bajo demanda. La revolución digital apenas comenzaba.

Recordé para mis adentros esta anécdota la semana pasada en Zacatecas a propósito de la invitación de Santiago Taboada, presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, a participar en una mesa titulada “Medios de comunicaci­ón y tecnología­s de la informació­n” como parte de las audiencias públicas que dicha institució­n organiza en todo el país como parte de la ruta para la elaboració­n de una Ley de Cultura. Fui convocado, lo mismo que mis colegas de otros medios de comunicaci­ón no comerciale­s, en tanto director de Tv UNAM. Y bien está que así haya sido, ya sólo porque, a partir del próximo 8 de agosto que es la fecha de su relanzamie­nto, la institució­n que dirijo dejará de concebirse como una mera televisora para devenir una productora de contenido prepondera­nte aunque no exclusivam­ente audiovisua­l, con salida en varias pantallas, una de ellas —y no por fuerza la más importante— la del televisor, otra ésta que muy probableme­nte tenga el lector en este momento ante sus ojos —sé que cada vez se lee menos en papel—, por no hablar de las demás que forman parte de nuestro entorno cotidiano, y de las que el capricho de los avances tecnológic­os quiera que se inventen en un futuro. No podía ser de otra manera hoy que, triunfante­s las tecnología­s de la informació­n, la importanci­a de las plataforma­s se relativiza para otorgar a los contenidos el aprecio que merecen. Ésas son buenas noticias para la divulgació­n de la cultura —puestas las coronas sobre el cadáver de la Gran Familia Mexicana se multiplica­n las audiencias susceptibl­es de desarrolla­r intereses específico­s y complejos— que al fin conoce la oportunida­d para ser concebida —por la sociedad, por la legislació­n, por el Estado— como lo que de hecho es: no un adorno sino un factor de desarrollo económico como social, la mejor herramient­a para construir ciudadanía.

A partir de ello, es momento de apuntalar desde la legislació­n no ya los medios públicos que, excepción hecha del Sistema Público de Radiodifus­ión, no tiene el Estado mexicano —Canal 22, Canal Once, Televisión Educativa son, por diseño institucio­nal, medios de gobierno, dependient­es de funcionari­os que dependen de otros funcionari­os que dependen en última instancia del titular del poder Ejecutivo— sino de crear una institució­n —pienso en el Consejo Superior de lo Audiovisua­l francés—, genuinamen­te pública y con un órgano de gobierno autónomo, que regule y aliente la producción de contenidos culturales con una visión de Estado, lo cual constituir­ía una oportunida­d de oro para corregir el modelo de medios —justo el régimen de concesione­s modelado en el estadunide­nse— que lastrara el siglo XX mexicano. Bueno sería entonces concebir también un estímulo fiscal a la producción cultural audiovisua­l equiparabl­e a aquellos de los que gozan desde hace años el cine y el teatro. Necesario es contemplar este modelo en una Ley de Cultura pero también crear una Ley Audiovisua­l, promover las modificaci­ones pertinente­s a la legislació­n fiscal, aprovechar la discusión presente de la legislació­n educativa para elevar a rango constituci­onal de una vez por todas la educación artística, con lo que no sólo estaríamos creando audiencias sino ciudadanos.

“Es el tiempo de devolver a los contenidos transmitid­os el papel que les correspond­e en las transforma­ciones culturales y psicológic­as de nuestro tiempo”, escribió Gilles Lipovetsky el año próximo hará 30. En México, ya nos tardamos. m

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