El regreso a clases
TANTO SI LOS maestros de la CNTE acuden a dar clases como si no, el año escolar luce perdido desde ahora para los alumnos, porque el Estado mexicano ha sido incapaz de poner en el centro el derecho de los niños
Francamente no sé qué es peor: que el próximo lunes los (presuntos) maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) no acudan a dar “clases”, o que lo hagan y comience así otro ciclo de simulación académica como los que durante años han protagonizado. Uno lleno de interrupciones y paros; de enseñanza menos que mediocre; de incertidumbre total acerca de cómo terminará el periodo escolar y lo que en él se aprenderá.
¿Qué sería mejor? ¿Qué sería peor? Tanto si van a dar “clases” como si no, el año escolar luce perdido desde ahora para los alumnos, porque el Estado mexicano ha sido incapaz de poner en el centro el derecho de los niños, algunos de los más pobres del país, a recibir una educación como la que garantiza formalmente (en el papel) el artículo tercero constitucional. De esa forma ha permitido que los derechos de estos niños sean ignorados y vulnerados por una organización que únicamente vela por sus intereses, absolutamente extraacadémicos.
El maestro José Santos Valdés, ejemplo de preceptor y auténtico luchador social, de cuando dar clases significaba (en el México posrevolucionario) luchar contra empresas y cacicazgos que se oponían a que los niños se instruyeran para que no tuvieran más destino que el de ser obreros o peones, decía de su experiencia como profesor en la Escuela Rural municipal de la Hacienda de San Marcos, en La Laguna:
“Aprendí en ese año escolar algo muy valioso: lo que educa no es lo que se dice sino lo que se hace. Había insistido con discursos breves, solemnes y emotivos sobre la necesidad de atender el jardín que teníamos al frente y a los lados norte y sur de la escuela. Los niños o no lo hacían o iban a trabajar de mala gana y, en consecuencia, a hacer mal el trabajo. Un día, personalmente, con pala y azadón me puse a arreglar el suelo, desyerbar, regar, etcétera, sin decirles nada. En unos instantes el jardincito se llenó de niños trabajadores y quedó esmeradamente limpio, arreglado de tal manera que, después, los chicos y yo nos extasiamos viéndolo por las ventanas de nuestra aula”.
Ese es uno de los muchos ejemplos vitales y sustantivos que puede dar un maestro de verdad. Los que hemos tenido la suerte de tener un maestro que nos haya dado una lección similar o que incentivara nuestras inquietudes, resolviera las dudas que teníamos o que nos diera un gran consejo, sabemos de la importancia de maestros como Santos Valdés, a quien jamás se le hubiera ocurrido dejar sin clases a sus desfavorecidos alumnos (eso es lo que hubieran querido justamente los caciques que él combatía).
Como muchos que fuimos a la escuela pública por no tener un bisabuelo —y menos aún sus recursos— como el del romano Marco Aurelio (de quien él aprendió “el no haber frecuentado las escuelas públicas y haberme proveído de buenos maestros en casa”), guardo por lo menos el recuerdo de una extraordinaria maestra. Claro, en una época donde la figura del maestro tenía una enorme dignidad entre la comunidad (como aún la tiene por suerte en muchos lugares del país).
Se llamaba Olga Ramírez Quintana y me enseñó, además de las materias del curso, lo que era la injusticia, la desigualdad, la corrupción de los gobiernos y otras calamidades que siguen azotando a México y que le impiden ser un gran país. Nos enseñaba todo eso y más, y nunca nos dejó sin clases, porque su compromiso fundamental era con nosotros, sus alumnos de un barrio popular.
Entiendo que algunos de los maestros más “leídos y escribidos” de la CNTE se sienten herederos de maestros como José Santos Valdés o se identifican con maestras como Olga Ramírez, pero si reflexionan un momento en su actuación, en lo que decía precisamente Santos Valdés (“Lo que educa no es lo que se dice sino lo que se hace”), verán que no están enseñando nada positivo ni importante para esos niños de sus comunidades. En una playera vi que decía: “Los maestros enseñan al pueblo a luchar”. ¿De veras? No tienen la menor idea de lo que es una lucha genuina o justa. Algunos conocidos y amigos míos que los apoyan (desde la Roma, Coyoacán o Condesa) jamás enviarían a sus hijos a tomar clases con los maestros de la CNTE. No hay consecuencia en lo que se dice y lo que se hace. Lo siento, pero participan de una farsa progre que ellos alimentan porque, como decía Charles Simic, unos ponen las ideas y otros ponen la vida. Y aquí la vida, el futuro que está en juego es el de los niños que el lunes seguirán esperando que pase algo. Algo que ni la CNTE ni el gobierno de Enrique Peña Nieto, por lo visto, les puede dar. Así pues, de regresar a clases, ¿qué van a enseñar los de la CNTE? ¿A organizar bloqueos carreteros que estrangulan la economía de sus estados ahondando la precaria situación económica de sus familias? ¿A victimizarse permanentemente culpando de todo a los gobernantes? ¿A vender plazas de maestros? ¿A no presentar exámenes puesto que en su lógica ni los maestros deben ser evaluados? Es simplemente triste, pero no tienen nada valioso qué enseñarles a sus desprotegidos alumnos, condenados por ellos y el gobierno federal (que no sabe cómo realizar la reforma educativa) a un futuro de miseria y marginación. m