Stig Dagerman, literatura para los que pasan hambre
Fue un autor joven, brillante y melancólico, a quien la crítica incluso llegó a comparar con Albert Camus, William Faulkner y Franz Kafka
Cuando en 2008 Jean-Marie Gustave Le Clézio recibió el premio Stig Dagerman, recordó al escritor sueco como alguien que “todo lo que quería era escribir para aquellos que pasan hambre”, aun cuando terminó por descubrir que “solo quienes tienen suficiente para comer cuentan con el ocio como para preocuparse por su existencia”.
Unas cuantas líneas que permiten fijar un primer trazo de Dagerman (1923-1954), un hombre nacido en la Suecia rural de las primeras décadas de la centuria pasada, quien se convirtió en uno de los estandartes literarios de su país, a pesar de que decidió vivir solo 31 años, con lo cual se convirtió en uno de los autores más enigmáticos de aquella nación.
Parte de los círculos anarcosindicalistas de la primera mitad del siglo XX, Dagerman no había cumplido 30 años cuando ya había escrito cuatro novelas, igual número de piezas de teatro, una colección de novelas cortas y diversos artículos, crónicas y reportajes.
Su primera novela fue La serpiente, en la que reflejaba la ansiedad y el temor resultantes de la Segunda Guerra Mundial, pero lo que terminó por forjar su mirada fue un viaje que emprendió en 1946, como corresponsal del Expressen, por una Alemania destruida: ocho años más tarde, en el garaje de su casa, en medio de una depresión y una crisis nerviosa, encendió su coche y solo se quedó a esperar a que llegara la muerte, con lo cual se gestó la leyenda de un escritor joven, brillante y melancólico, a quien la crítica llegó a comparar con Camus, Faulkner y Kafka.
Hace dos décadas, la Sociedad Stig Dagerman instauró un reconocimiento con su nombre, con el que se premia al escritor en cuya obra se reconoce la importancia de la libertad de la palabra mediante la promoción de la comprensión intercultural; entre los galardonados se encuentran, además de Le Clézio, Yasar Kemal, Elfriede Jelinek y Eduardo Galeano.
ESCRÚPULOS
“El escritor debe partir siempre de la base de que su situación no es segura, de que la supervivencia de la literatura se halla amenazada. Es por esto que debe permanecer siempre en guardia sobre los flancos de sus defensas, perseguir sin pausa a los miembros de la quinta columna que se encuentran en su interior, aniquilarlos sin descanso aunque crea que sería más fácil vivir sin ellos. Esta actitud exige valentía y como mínimo una absoluta falta de cobardía. Insatisfecho con todo lo anterior, el poeta debe esforzarse en que, aunque tenga aspecto de verdugo, es el único de los vivientes que puede tener escrúpulos”.
El anterior es un párrafo de un texto titulado “El escritor y la conciencia” —publicado en la página www.contranatura.org—, que de muchas maneras refleja su entendimiento del mundo y de la literatura.
Su vida podría definirse en un párrafo escrito por Federica Montseny, recuperado por el crítico literario Pablo Martínez Zarracina: “La literatura tradujo un estado de ánimo, una crisis profunda: demasiado joven para saber esperar; demasiado absoluto en sus sentimientos y pensamientos, Stig fue de los que no pudiendo creer en Todo, no pudieron creer en Nada”. Desde la perspectiva de sus editores en español, con La isla de los condenados Dagerman se “erigió como una nueva y rutilante estrella literaria con la publicación de esta historia protagonizada por siete náufragos, angustiados ante la perspectiva de su inminente muerte en una isla desierta”. Una metáfora de la angustia que se vivía en la Europa de entreguerras, en medio de un desolado paisaje, tanto geográfico como metafísico, en el que los personajes viven —o sobreviven— en medio de pensamientos descarnados y, en especial, de un mundo sombrío y pesimista. “Con su estilo sombrío y devastador, Dagerman escribe una fábula opresiva y nihilista del fin de los tiempos (y del hombre), a través de la cual asoman muchas de las ansiedades y de los miedos de una Europa que ha sufrido el horror de la Segunda Guerra Mundial, y ha perdido, definitivamente la inocencia. Solo quedan la soledad y el más radical desamparo ante el vacío y el sinsentido de la existencia”. A pesar de reconocerse la valía de la obra de Dagerman, a quien se llamó “el niño prodigio de las letras escandinavas”, La isla de los condenados no alcanzó la difusión necesaria fuera del ámbito europeo, lo que se ha superado por el trabajo de editoriales como Sexto Piso, a hacer la traducción (a cargo de Carmen Montes Cano) de esta novela. m PARA LEER UN FRAGMENTO DE LA ISLA DE LOS CONDENADOS INGRESA EN: