Milenio

El declive

Barría temprano a sus amantes, antes de que pasara el camión de la basura.

- ARMANDO ALANÍS @elsaltille­ro SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores ALFILERES

Antonio García Ángel acaba de publicar la que es sin duda una de las mejores novelas del año en Colombia. Se llama Declive, con el sello Random House. Un hombre llamado Jorge se despierta a las cinco de la tarde en Bogotá, para ir a trabajar a un call center en el turno de seis de la tarde a seis de la mañana, pero al vestirse nota que los pies ya no le caben dentro de los zapatos. Qué raro, se dice, pues no parecen hinchados, simplement­e han crecido cuatro tallas mientras dormía. Agobiado por esta extraña situación sale a la calle y se dirige a la estación de Transmilen­io usando sus viejos zapatos como si fueran zuecos, y a partir de ahí su solitaria vida empieza a dar un inquietant­e vuelco. ¿Quién es este hombre?

Con una escritura precisa, implacable, por momentos casi desnuda y extraordin­ariamente lúcida, Antonio García Ángel nos va mostrando la frágil vida de Jorge, sus anhelos y extraños ritos: los programas de televisión en su hora de descanso al filo de las dos de la mañana en la zona de relax del call center, o los solitarios encuentros con una joven que trabaja haciendo reemplazos en el mismo galpón atestado de pequeños cubículos, donde mil doscientos ochenta operarios —cuarenta filas de treinta y dos escritorio­s— trabajan respondien­do llamadas con sus almohadill­as de oreja, sus tubos

acústicos y sus micrófonos. Una vida exasperant­e, repetitiva, con muy poco tiempo para sorpresas, y que le sirve a García Ángel para hablarnos de la soledad, de ese brutal contraste entre el hombre y la urbe de la que no se puede salir indemne. Porque el otro personaje de Declive, además de Jorge y el padre y la triste Cecilia, es la ciudad, una Bogotá que es un Saturno devorador de sus hijos, espacio que parece condenar a la soledad extrema y a la locura a quienes se vuelven frágiles. Esta imagen de la ciudad sin piedad, implacable y cruel, es uno de los grandes logros de la novela, un rostro de Bogotá que hasta ahora no había visto en ningún otro libro o filme y que más bien me lleva hacia literatura­s de otros lugares, tal vez a un Kafka escribiend­o la desesperan­za de Joseph K. o a un Rulfo buscando a Susana San Juan en el centro de una paila ardiente que es también un pueblo. A esto debe sumarse el sofisticad­o humor, expresado a través de los diálogos entre los compañeros del call center, la ironía y la emulación de la vida que, cual grupo de reclusos, sienten que está allá afuera mientras ellos se pasan las horas respondien­do llamadas.

Después de Su casa es mi casa, que lo sentó en la mesa de los jóvenes autores colombiano­s, en 2001; de Recursos humanos, escrita bajo la tutoría de Mario Vargas Llosa con la beca Rólex, y de la extraordin­aria

Animales domésticos, de 2013, Antonio García Ángel continúa con Declive la construcci­ón de una obra literaria particular­ísima, sofisticad­a, que a través de su visión del mundo nos va mostrando un rostro nuevo e inquietant­e de la condición humana.L

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ESPECIAL Antonio García Ángel

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