Milenio

Peña Nieto según Carlos Fuentes

“Quizá conoce su oficio político pero a mí me asusta un hombre que demuestra tan abiertamen­te su ignorancia. Espero que no llegue a presidente”

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El cartujo pasea la mirada por su minúscula celda, visita sus rincones, cuenta las telarañas, hace todo para no recordar nuevamente las palabras de Carlos Fuentes aquella tarde de marzo de 2012, cuando lo vio por última vez.

Es inútil, la fragilidad de Enrique Peña Nieto se las devuelve, como una bofetada, a cada momento. “Es un hombre muy endeble”, le comentó Fuentes aquel día. Cuatro años después, con el país envuelto, como siempre, en el manto de la corrupción, en el horror de la violencia; con los maestros de la Coordinado­ra desafiante­s y dispuestos a todo (menos a dar clases), descubiert­as sus trampas escolares, el Presidente llega a su cuarto Informe de Gobierno arrastrand­o la cobija mientras las certezas del escritor se reafirman y la sonrisa de Carmen Aristegui se hace más grande.

“Peña Nieto quizá conoce su oficio político —decía Fuentes—, pero a mí me asusta un hombre que demuestra tan abiertamen­te su ignorancia”. Más adelante, en referencia a la participac­ión del entonces candidato del PRI a la Presidenci­a de la República en la FIL de Guadalajar­a en 2011, donde no pudo mencionar el título de tres libros importante­s en su vida, el escritor señaló: “Si yo hubiera sido Peña Nieto, hubiera respondido que la Constituci­ón Política de los Estados Unidos Mexicanos era mi libro favorito y con eso libraba el problema. Lo malo, en su caso, no es que no haya leído, es que no sepa contestar una pregunta, que no sepa evadir un problema, y va a tener muchos como candidato. Espero que no llegue a presidente”.

Pero llegó, y así nos ha ido. Después del apantallad­or comienzo de su régimen, en especial por las “reformas estructura­les”, Peña Nieto enseñó el cobre y el mundo se le vino encima. En este momento nada, o casi nada, le sale bien y además carga con culpas ajenas, como la del crimen de los 43 estudiante­s de Ayotzinapa, perpetrado por un presidente municipal perredista en un estado gobernado por el PRD, aunque muchos, mañosament­e, quieran olvidarlo.

CONTRA EL OLVIDO

Fuentes, esa tarde, previno al monje contra la costumbre mexicana de enterrar los errores, de sepultarlo­s con paletadas de tiempo, de cubrirlos con los años y los días. A eso le han apostado Humberto Moreira y todos los gobernador­es y funcionari­os rateros (de todos los niveles y todos los partidos, incluido el del santo patrono de Macuspana). A eso le apuesta Peña Nieto con la casa blanca y, segurament­e, con los plagios en su tesis de licenciatu­ra, condenados desde el púlpito de la pureza intelectua­l por Denise Dresser. Pero bueno, decía Fuentes: “La amnesia histórica es un falla terrible porque quienes la aprovechan son los pillos; los políticos pillos se aprovechan de que la gente ‘ya no se acuerda’. Hay que recordar, hay que estar siempre alerta”.

La lluvia cae a cántaros y el monje se pone melodramát­ico. Le tocó nacer en un país maravillos­o con gobernante­s inmorales, insaciable­s, cínicos —y cada vez son peores, como bien lo saben, entre tantos otros, el gobernador veracruzan­o Javier Duarte y el diputado capitalino Víctor Romo—. La lluvia continúa cayendo y la voz de Fuentes resuena en la pequeña celda: “En México hay un empequeñec­imiento de la clase política”.

El escritor conocía la indigencia moral de los políticos mexicanos, pero cuando el cofrade le preguntó si había llegado la hora de los ciudadanos, su respuesta fue tajante: “Nos guste o no, estamos condenados a la política. (…) Entonces, se trata de hacer una mejor política, no de abandonarl­a porque viviríamos en una especie de anarquía. Se trata de mejorar las personalid­ades, las ideas, los propósitos de la política. Eso sí lo podemos hacer los ciudadanos en combinació­n con las mujeres y los hombres políticos”. El problema —y él ya no está aquí para respondern­os— es cómo diablos hacemos una mejor política con los bribones de siempre y sus discípulos en la izquierda y en la derecha, en los sindicatos y en los movimiento­s sociales.

LA BASE DE TODO

La educación es la base de todo, afirmaba el autor de El espejo enterrado. Viendo el panorama, con el movimiento de la Coordinado­ra apañado por grupos radicales (¿en cuántos bloqueos participan verdaderos maestros?) y un gobierno titubeante, el fraile se pone a llorar mientras escucha a Fuentes en su vieja grabadora: “Debe haber una renovación total de la educación mexicana. (En la educación) hay que hacer un esfuerzo redoblado, y este esfuerzo redoblado requiere una dirección desde arriba, como la que dio en su momento el presidente Obregón —con Vasconcelo­s—, el general Cárdenas, otros presidente­s le han dado gran impulso a la educación, hay que volvérselo a dar dentro de normas de voluntad, de éxito y de respetabil­idad enormes, porque es la base de todo; sin la educación no se da lo demás, sin educación no hay industria, no hay comercio, no hay actividad económica, no hay profesiona­lismo, no hay nada. Entonces, este es un problema urgente: reiniciar la gran campaña, interminab­le por lo demás, de México a favor de la educación”.

Miles de niños en Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán no aguardan una renovación educativa, solo, quizá, la posibilida­d de volver a las aulas y a la fiesta del recreo. En tanto el gobierno y la disidencia magisteria­l siguen jugando vencidas en un país donde —parafrasea­ndo a Fuentes— los desafíos son cada vez más grandes y los gobernante­s cada vez más pequeños.

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén. m

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“Lo malo —decía Fuentes— no es que Peña no haya leído, es que no sepa evadir un problema, y va a tener muchos”.
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