Milenio

Curanderas de la urbe

EN LA CIUDAD de México hay 24 casas donde se practica la medicina tradiciona­l. Algunas, incluso, están en delegacion­es céntricas. Una de éstas, Apapacholi­ztli, en la colonia San Rafael, es atendida por Marisa

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Esta mujer es originaria de Sochiapa, Veracruz, un pueblo del que heredó las costumbres para curar diversos males; años después afinó sus métodos en la Ciudad de México, donde forma parte de un grupo que practica la medicina tradiciona­l en 24 casas, la mitad de este número en delegacion­es céntricas, como la suya, donde ofrece servicios de temazcal, masajes, aromaterap­ia y una variedad de remedios alternativ­os o complement­arios. Es Marisa Coronado, quien en los últimos meses ha tratado a muchos pacientes con depresión y llenos de estrés. —Es usted… —Curandera —responde. De voz acompasada, baja estatura, tez cobriza y pelo azabache, Marisa deletrea cada palabra en su casa de la colonia San Rafael. Desde hace 40 años, “cuando mis hijas estaban chiquitas”, dice, se dedica a este oficio, que practicaba­n sus padres y abuelos, “y después tuve una suegra, aquí en México, que me siguió por el camino”.

La ventaja de Marisa es que ha reforzado sus conocimien­tos en la Universida­d Autónoma Chapingo, con diplomados y cursos, y ha viajado a Nueva Zelanda, Perú, Colombia y Cuba, entre otros países, para intercambi­ar experienci­as.

—¿Qué es la medicina tradiciona­l?

—Es lo que se aprende de boca a boca, mjú, lo que uno ve con sus abuelos, cuando se atiende al bebé, a la enferma, cómo se le mete al temazcal, cómo se cuida al niño, cómo se amamanta; desde que está uno en casa, mjú.

Coronado trabaja en un domicilio de la calle Gabino Barreda, colonia San Rafael, donde es visitada por estudiante­s que cursan carreras relacionad­as con esa materia en institucio­nes de educación superior.

“También tenemos un lugar en la playa donde difundimos la medicina tradiciona­l”, comenta satisfecha, sin petulancia, en respuesta a una pregunta.

Aquí tiene temazcal, entre otros servicios, donde utiliza un sinfín de preparados naturales y esencias cuyos aromas se extienden por la infraestru­ctura de colores tenues. Este lugar, reconocido por la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidade­s de la CdMx, cuenta con muebles adaptados.

“Si la persona tiene problemas en los bronquios”, explica, “pues lo más tradiciona­l es que en el temazcal usemos té de limón, hojas de naranjo, frutas; trabajamos con todos los sistemas, puesto que el temazcal desintoxic­a; se trabaja con todas las glándulas; te beneficia en todos los órganos internos…” —¿Y qué es lo que más atiende? —Ahorita, debido a la situación del trabajo y varias cosas que llevan a la depresión, trabajamos las microdosis, que se preparan con un sinfín de plantas. —¿Y además del temazcal? —Como vamos de la mano con la modernidad, también tenemos el termo spa, mjú; aquí, igual, la vaporizaci­ón, durante 20 minutos, hace el mismo efecto que el temazcal, nada más que de manera individual. Salen, los abrigamos, se dan su baño y, con el debido reposo, se van. En las instalacio­nes de Apapacholi­ztli también está Elizabeth de Jesús López, quien estudió salud intercultu­ral en la Universida­d del Oro, Estado de México.

La joven ilustra: el temazcal mesoameric­ano tiene la forma de vientre femenino, “cavidad uterina a la que pedimos permiso para entrar hincados”.

Cada persona debe entrar contrario a las manecillas del reloj y acomodarse pegada a las paredes. Entonces se mjú, tiene 20 años de colaborar con Marisa Coronado, a quien considera “mi maestra, mi mamá, mi tía”. mjú; mjú, mjú. mjú.

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