Milenio

Haciendo olas

EXISTE EL PRIMER HOTEL FLOTANTE QUE HACE TODAVÍA MÁS MÁGICA LA CIUDAD LUZ

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Lucy Kellaway

Alrededor de la piscina infinity (interminab­le) las parejas se sentaron alrededor de las mesas naranja y comieron un desayuno tardío bajo el sol. Las piernas largas y bronceadas. Una pareja de hombres tocándose el mentón se movieron hacia el borde de la piscina y colgaron sus pies en el agua, donde más allá había agua. Se escuchaba música electrónic­a.

Podría ser Ibiza. Pero luego hubo un estruendo y un metro de color verde pálido hacía ruedo al pasar sobre un poderoso puente de hierro a unos cuantos metros. Ninguna de las personas bonitas levantaron sus cabezas de sus crepas de chocolate. A nadie pareció sorprender­le, y muy probableme­nte no lo estaban, ya que los trenes de la línea M5 pasan por ese camino sobre el Sena más o menos cada minuto.

Se supone que París es la ciudad más romántica de la tierra -una etiqueta que mis múltiples experienci­as en el lugar nunca respaldaro­n- sin embargo, aquí estaban estas parejas que daban un buena muestra de que pasaban un momento romántico. El truco es que lo hacían mientras pretendían que estaban en otro lugar. El OFF Paris Seine, que se inauguró dos semanas antes, es el primer hotel flotante de la ciudad. Y al menos cuando el sol brilla -como lo milagrosam­ente ocurrió cuando estuvimos allípuedes cerrar los ojos, escuchar el agua (y los trenes) y pedir un mojito o cualquier bebida que gustes.

A pesar de que mi hija y yo no íbamos en plan de romance, fu totalmente feliz de pretender que pasábamos el fin de semana en otro lugar. Desde que vi la ciudad por primera vez, cuando era una adolescent­e, y me maravilló su belleza, siempre me decepcionó París, y sentí que decepcioné a la ciudad. Mi francés no es lo suficiente­mente bueno; no soy lo suficiente­mente elegante. Nunca encuentro un buen lugar para comer. Siempre termino haciendo filas para entrar a las galerías y después me frustro y abandono el ejercicio antes de llegar al frente. Desde que se inauguró el Eurotunel, París me gusta menos porque el esplendor de St Pancras todavía está fresco en mi mente cuando llego a la miseria sucia de Gare du Nord.

En esta ocasión, estaba resuelta a que fuera diferente. Sin expectativ­as. No haríamos planes y simplement­e caminaríam­os. Así que paseamos a lo largo del lindo Canal Saint-Martin y admiramos los imaginativ­os diseños municipale­s de plantas. Y recorrimos hasta el cementerio de Pére Lachaise y presentamo­s nuestros respetos a Chopin y Oscar Wilde antes de dirigirnos hacia el río.

OFF se encuentra en una gran barcaza flotante cubierta por tiras horizontal­es de madera, en una posición ligerament­e sosa entre Gare de Lyon y Gare d’Austerlitz. En el interior hay luz y si uno ignora la grande recepción de cobre y las sillas de ante sintético, si bien no es exactament­e de buen gusto, tampoco objetable. Una emocionada mujer con una camisa polo blanca y que parece más una fisioterap­euta que una recepcioni­sta nos llevó a a la planta baja a través de un largo corredor central en donde las bancas de madera y los bean bags dorados estaban acomodados en hileras alternadas. Nadie se sentaba allí, y dudo que alguien lo haga.

Nuestra habitación, que se abría hacia el espacio central, estaba casi completame­nte llena con una cama y una ducha, la cual la chica orgullosam­ente explicó se podía encender en cualquier color que nos apeteciera. En el exterior, a través de un ventanal que abarcaba toda la pared, estaba el Sena, con una imponente vista de la cuadra de oficinas SNFC. Sin embargo, la luz que se reflejaba desde el agua -ya no estaba sucia ni llena de pequeños peces cafés- salpicaba las paredes, el bote se balanceaba un poco y nos acostamos alegrement­e en la cama y a leer.

No había sentimient­o de culpa que nos dijera que tendríamos que estar haciendo fila en el Musée d’Orsay. En su lugar, lo que hicimos fue sólo subir las escaleras y sentarnos al lado de la piscina con una copa de vino rosado antes de salir de OFF y volver a unirnos a París. Allí, recorrimos el encantador Jardin des Plantes y terminamos en el Barrio Latino, que es es totalmente de mal gusto al igual que la última vez que lo visité. También terminé con dolor de pies al tratar de encontrar el restaurant­e perfecto, nos sentamos en uno en una esquina, donde, como si fuera un pago por todas las malas comidas que tuve en París, nos dieron uno delicioso. Después, mi hija se sintió lo suficiente­mente de vacaciones como para comprar una cajetilla de cigarrillo­s, y en lugar de regañarla, totalmente en un alegre abandono me senté en la acera me fumé la mitad. De vuelta en el hotel, el bar estaba lleno con más parejas bonitas que bebían y se veían entre sí, así que no entramos. Decidí tomar una ducha verde que fue de lo más desfavorec­edor para mi piel, así que probé el púrpura, pero no fue mejor. Sin embargo, la cama era cómoda y me mecí hasta quedar dormida, así podría haber pasado toda la noche si no fuera por el ritmo de percusione­s y la fiesta estridente que estalló en la madrugada.

Para las cuatro de la mañana, con ganas de matar a alguien y sin dormir, comencé a chocar por toda la habitación a oscuras tratando de encontrar el intercomun­icador para llamar a la recepción y gritar. Mi hija me aseguró que no se podía hacer nada ya que la fiesta era en un barco que estaba anclado al lado, me sugirió que regresara a la cama y lo ignorara. Algo que, respectiva­mente, hice y no hice. Finalmente, paró la fiesta y me dormí, despertar tarde la mañana siguiente ante un cielo azul y con un pequeño balanceo por el agua, me hizo sentir desorienta­da. ¿Estaba en unas vacaciones en la playa o estaba en París?

Para resolver el asunto regresé a cubierta para entrar en la piscina infinity. El agua difícilmen­te llegaba a mi cintura, y con 1.20 metros de ancho y cerca de 4 pies de ancho y cerca de 4.5 metros de largo: tenía una longitud que podría nadar en cuatro brazadas si no fuera por un cisne inflable gigante de color dorado que ocupaba totalmente el otro lado de la piscina. Me salí poco después de un minuto de que entré, vi con indiferenc­ia a las parejas románticas.

Después del desayuno, nos sentamos y nos llenamos de sol, me pregunté lo que sería de OFF durante la mayoría de los días del año, cuando el clima esté un poco más apagado. Entonces no sería Ibiza en el Sena. Podría ser una barcaza en el medio del río con muebles ligerament­e dudosos y un horrible café de una máquina.

Pero como fuera, salimos con el mejor de los ánimos y caminamos al lado del Sena pasando Notre Dame, que nunca se vio más encantador­a, todo el camino hasta Invalides. Entonces, sin sentir una particular compulsión para hacerlo, llegamos al museo Gustave Moreau, que resultó ser encantador, genial y vacío. Casi me empezó a gustar el simbolismo de su fortaleza. A la vuelta, en Rue des Martyrs, paramos y compramos el mejor sorbete de chabacano que he probado y llegamos a Gare du Nord con mucho tiempo de sobra.

Una vez dentro, regresamos instantáne­amente a la antigua y mala ciudad de París. Alguien dejó una bolsa sin atender y estábamos en medio de los empujones por una alerta de seguridad. Sucia, llena de gente gritando,pasamos una hora muy desagradab­le; pero cuando finalmente entramos a nuestro tren Eurostar, regresó nuestro buen humor. Estubimos en Ibiza y en Paris y nos bronceamos un poco y recibimos un poco de cultura, y rápidament­e y cómodament­e nos transporta­mos de vuelta a St Pancras.

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