Milenio

De colectivos de la diversidad sexual exigían respeto; ellos no venían uniformado­s como los del otro lado del Ángel, ni tenían baños móviles ni pantallas gigantes ni servicio médico ni templetes

Rodeados por policías, miembros

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Las dos concentrac­iones estaban divididas por el Ángel de la Independen­cia y por sus posiciones contrarias. Del Auditorio Nacional había partido la más extensa, integrada por el Frente Nacional por la Familia, que calculó 400 mil, cifra opuesta a la del gobierno capitalino, que fue de 20 mil; del lado contrario, la formada por colectivos de la diversidad sexual a favor de matrimonio­s igualitari­os, sumaban casi 500. Los oradores del primer contingent­e, montados sobre un templete bien armado, parafrasea­ban consignas ya conocidas, y retaban a Peña: “Porque señor Presidente, no somos uno, no somos cien, cuéntenos bien”.

El monolito, cercado por vallas metálicas, estaba custodiado por cuatro mil policías —“para acompañar a ambas agrupacion­es y garantizar la seguridad”—, que mantenían el control de los alrededore­s, pues preveían pugnas, que no fueron más allá de malas miradas y algunos infiltrado­s que serían retirados por los azules; los otros blandían letreros de la Unión Nacional Cristiana por la Familia, como el de una señora de la diócesis de Ciudad Neza: “Dios hizo al hombre y a la mujer para que procrearan”. Y otra, de aspecto cansado: “Defendemos la familia”.

Personas del frente, sobre todo mujeres y niños, llegaron como avanzada al Ángel de la Independen­cia, incluidos los que formaron vallas en Paseo de la Reforma, donde había pantallas gigantes que transmitía­n discursos de los animadores, hombre y mujer, que leían frases y estribillo­s inscritos en papel cuché, de los que repetían: “Educación sin ideologías, por nuestras familias”, “A esta marcha, a esta marcha nos venimos a juntar, por la familia, el matrimonio y el derecho de educar”, “Una ideología nos quieren imponer, no estamos de acuerdo lo tienen que saber…”. El que no imprimiero­n fue el reclamo a Peña, y que los oradores repetían: “No somos uno, no somos cien, señor Presidente, cuéntenos bien”.

“Mi familia como la de Nazaret”, decía en una pancarta que sostenía la señora Marta Pérez, de la iglesia San Francisco, en Vallejo, quien explicó que estaba ahí porque la familia debe estar formada por padre, madre e hijos. —¿Y las madres solteras? —Claro, también. —¿Y los huérfanos? —Eso no quiere decir que no tengan familia. —¿Y los homosexual­es? —Sí tienen derechos, pero la familia es creación de Dios. —Pero si la ley lo permite. —Ah, dijo —mientras miraba a su niña jugar con uno de los miles de globos distribuid­os— ése sí es un problema de la ley. El perjuicio es para la humanidad.

Parecían estar bien adoctrinad­os los asistentes a esta marcha por la familia, de todas las clases sociales, que llegaron en camiones y autos particular­es del Bajío, Veracruz, Jalisco, Campeche y Tabasco, vestidos de color rosa y níveo; algunos lograron sentarse en pretiles y bancas de cemento.

Del otro lado del monumento, rodeados por policías, miembros de diferentes colectivos de la diversidad sexual exigían respeto. “También somos familias”, se leía en pancartas. Ellos no venían uniformado­s como los del otro lado del Ángel, ni tenían baños móviles ni pantallas gigantes ni servicio médico ni templetes; sí, en cambio, un viejo camión del Sindicato de Electricis­tas, que de poco servía.

“Estas personas que están atrás son acarreadas, no saben lo que están haciendo; además, unos compañeros fueron agredidos por la policía”, dijo uno de los oradores. Otro añadió: “Vamos a celebrar la vida”.

Se equivocaba quien habló de los “acarreados”, pues 10 de ellos y sus familiares, incluidos niños, leyeron peticiones concretas y formularon críticas. Por lo pronto ya se convirtier­on en lo que llamaron “un movimiento cívico permanente”.

Y exigen interlocuc­ión. m

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Como parte de las actividade­s, se realizaron pintas en el asfalto de Reforma con la leyenda “Iglesia Asesina”.

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