De la exclusión a la fama: los “no” a las novelas célebres
Íñigo García Ureta relata en su libro Éxito. Un libro sobre el rechazo editorial las frustraciones que padecieron diversos artistas
Una de las principales habilidades de un editor debe ser la de decir no a muchas propuestas, lo que siempre conlleva la posibilidad de equivocarse de vez en cuando.
Todos conocemos historias de rechazos de obras que con el paso de los años alcanzarían la fama: En busca del tiempo perdido o La conjura de los necios, y en nuestros lares las obras de Juan Rulfo.
La obra de Íñigo García Ureta (Éxito. Un libro sobre el rechazo editorial, Trama, Madrid) reúne un montón de historias de negativas editoriales, desde las que emiten los pequeños editores independientes hasta los casos de editores de sellos importantes de un poderoso grupo editorial.
Hay rechazos puramente literarios, basados en la poca calidad del texto, o porque la propuesta no entra en el catálogo de la editorial. Para ello la mayoría de los editores recurren a las cartastipo, que incluyen fórmulas de rechazo, no siempre amables. Aunque también hay pequeñas piezas literarias para rechazar un texto, como esta nota que le envío el editor inglés Arthur C. Fifield a Gertrud Stein, en abril de 1912: “Madam: Sólo soy uno, sólo uno, uno solo. Sólo un ser, uno al mismo tiempo. Ni dos, ni tres, sino uno solo. Una sola vida que vivir, sólo sesenta minutos en una hora. Un solo par de ojos, un solo cerebro. Sólo un solo ser. Siendo uno solo, teniendo sólo un par de ojos, un solo tiempo, una sola vida, no puedo leer su manuscrito tres o cuatro veces. Me basta con uno, con un solo vistazo. A duras penas se vendería un solo ejemplar. Uno solo. Y a duras penas. Muchas gracias. Le devuelvo el manuscrito por correo certificado. Un solo manuscrito en un solo correo. Atentamente suyo”. También hay rechazos por razones
La reacción ante un éxito que dejaste pasar es de un cierto fastidio, dice el editor Bernat Fiol
políticas como el de T. S. Eliot, quien en julio de 1944, cuando fungía como director de Faber & Faber, se opuso a la publicación de Rebelión en la granja, de George Orwell, no con razones literarias pues la comparaba con Los viajes de Gulliver, sino con razones políticas: no veía la necesidad de molestar a los soviéticos: “No tenemos la convicción de que éste sea el punto de vista correcto desde el que criticar la situación política en este momento”.
Y también hay los que no son producto de juicios de valor literario o político, pues en muchas ocasiones un manuscrito puede ser bueno pero no se publica por compromisos previos, por tener completo el plan anual, por la carencia de recursos económicos o por cualquier contratiempo adicional.
Por supuesto, las equivocaciones en la elección o rechazo de las obras es parte del oficio. Para el editor Bernat Fiol el trabajo editorial “se construye sobre más que un solo éxito. Libro a libro, autor a autor. Así que normalmente la primera reacción ante un éxito que dejaste pasar es de un cierto fastidio, incluso algo de envidia… pero dura poco”.
Pero el rechazo también forma parte de la vida de los escritores. A Stephen King le rechazaron treinta veces su novela Carrie. Dublineses fue rechazada 22 veces, y Ulises, publicada en París en 1922, fue rechazada por Virginia Woolf porque tenía “prosa de obrero”. “Todos, absolutamente todos, somos víctimas del rechazo, y en nosotros está recordar que el nuestro tal vez no sea el más duro. Y no sólo eso, sino que el rechazo puede y debe ser una lección de dignidad… Recibir una negativa es la consecuencia directa de estar haciendo algo de provecho. Ni más ni menos.
Por ello me quedo con la recomendación de Juan Ángel Juristo para los escritores: “Primero, que siguiera escribiendo como si nada hubiese ocurrido. Segundo, que siguiera escribiendo como si nada hubiese ocurrido”. m