Milenio

Susana Moscatel, Álvaro Cueva

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Siempre a estas alturas del año ya tengo varias malas caras porque no quiero entrar a las quinielas del Oscar. A veces, por motivos profesiona­les, lo tengo que hacer, pero les confieso que detesto el proceso de jugar a ver quién sabe más sin control alguno.

¿Por qué? Porque nunca estamos hablando de lo mismo. No es la misma cosa la película que consideras que más te movió los sentimient­os, que la que tuvo mejor manufactur­a, que la que llegó en el momento político perfecto, con el mensaje adecuado, de la que simplement­e es tan extraordin­aria que nadie puede ponerle un solo “pero”.

Este año, es uno de esos. La La Land tiene un récord de nominacion­es, pero cuando leo editoriale­s hechos por las agencias de noticias (¿desde cuándo hacen editoriale­s sobre quién va a ganar sin firmarlos?) quisiera saber en qué cabeza de este mundo uno puede considerar superior la actuación de la adorable Emma Stone a la de Isabelle Huppert en Elle. Aún nadie me explica cómo no quedó nominada Amy Adams, pero eso sí, esperan que tengamos todas las respuestas.

Y luego, en cuanto termina la ceremonia, todo mundo saca sus tarjetitas y en una competenci­a de egos alguien celebra “saber más que los demás”. Pero no es saber más de cine, necesariam­ente. Es saber más de para dónde está soplando el viento emocional en un grupo muy específico de cineastas.

Claro que ver la ceremonia con quiniela en mano es divertido, pero muchas veces me ha quedado clarísimo que los que no se dedican a esto y los que asumen que no saben nada de cine le atinarán más que los “expertos” que andamos distraídos en el plano secuencia, en donde pusieron la lámpara invisible o en el hecho de que los animadores adoran al que hizo cierta película que no merece ganar, pero probableme­nte lo hará.

Así que, a tres días de la ceremonia, yo digo que se acomode con sus palomitas y se la pase bien. A fin de cuentas de eso se trata esta industria. Y de conmover. Y mover emociones. Y de crear conciencia. Y de no permitir que se olvide la historia. ¿Nos divierte también convertirl­o en competenci­a para nuestros propios egos? Adelante, pues. A mí me estresa. Y jamás pretenderí­a saberlo todo. Vaya que sé que no lo sé todo. ¿Lindsay Lohan quiere que le quiten la cuenta de Twitter a Donald Trump? ¿Y quiere que le den una oportunida­d de demostrar lo que puede hacer? ¿Cómo espera que ocurra eso si el hombre gobierna vía Twitter?

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