Milenio

La unión frente a la intervenci­ón

- CARLOS TELLO DÍAZ*

Evocaba la semana pasada la desunión de los mexicanos ante la invasión de Estados Unidos entre 1846 y 1848. Esta vez quiero describir algo distinto: la unión de los mexicanos frente a la intervenci­ón de Francia, que ocurrió apenas 20 años después, entre 1862 y 1867. La historia fue completame­nte diferente. Perdimos ante los americanos y ganamos frente a los franceses. ¿Por qué? ¿Porque fuimos militarmen­te superiores? No. Estados Unidos estaba en nuestra frontera, era una fuerza que iniciaba su expansión en América Latina, y Francia, en cambio, estaba muy lejos, dividida de nosotros por un océano, el Atlántico, y empezaba, a su vez, un periodo de declive en Europa. Esa fue la razón fundamenta­l. Pero hubo otra, menor, pero importante: los mexicanos estuvimos desunidos ante los americanos, unidos en cambio frente a los franceses. Esa unión nos ayudó a construir, por primera vez en nuestra historia, un sentido de nación que no hemos perdido hasta el día de hoy.

Hay muchos ejemplos que ilustran el nacimiento del sentido de nación en México durante la Guerra de Intervenci­ón. Me quiero concentrar en el caso de Miguel Negrete. Su ejemplo debería ser mejor conocido, por lo que significa (Carlos Marín es de los pocos que lo conocen bien, por ser un hombre culto… y por ser poblano). Esta es la historia:

En 1861 acababa de concluir la sangrienta Guerra de los Tres Años, como muchos conocen aún a la Guerra de Reforma. Los mexicanos estaban divididos en dos bandos que parecían irreconcil­iables: el de los liberales y el de los conservado­res. Pero ocurrió una agresión que llegó de fuera: las tropas de Francia, Inglaterra y España arribaron a Veracruz. Los ingleses y los españoles llegaron a un acuerdo con el gobierno de Juárez, no así los franceses, que comenzaron una intervenci­ón en México.

La madrugada del 4 de mayo de 1862, Ignacio Zaragoza ordenó al general Miguel Negrete ocupar los fuertes del cerro de San Cristóbal, en Puebla. Ambos eran templos levantados a mediados del siglo XVIII —uno en honor a la virgen de Guadalupe, otro en homenaje a la virgen de Loreto— que durante las luchas por la Independen­cia fueron convertido­s en fuertes por los realistas, función que no dejaron de ejercer durante la Guerra de Reforma. Negrete quedó al mando de los dos, Loreto y Guadalupe. Era poblano, originario de Tepeaca. Abrazaba desde joven la carrera de las armas: peleó contra los estadunide­nses en Veracruz, Puebla y México, y luchó más tarde con los liberales por el Plan de Ayutla, proclamado contra la dictadura de Santa Anna. Al ocurrir el golpe de Zuloaga, sin embargo, dio su adhesión a los conservado­res, con los que combatió durante toda la Guerra de Reforma. Derrotado en Calpulalpa­n, exiliado Miramón, aceptó entonces la amnistía que ofreció a los vencidos el gobierno de Juárez, amenazado por la intervenci­ón. En Puebla, con el enemigo enfrente, no obstante haber combatido junto al partido del clero, Zaragoza confió en él, al grado de que le dio el mando de una de las posiciones más importante­s de la plaza (“no encuentro mérito para dudar de la lealtad del ciudadano general Negrete”). Tuvo razón en darle su confianza, como lo habría de acreditar la historia, que lo cubrió de gloria el 5 de mayo. Porque Negrete tenía defectos, muchos, pero era un patriota. “Yo no soy de esos hombres que se venden a todos los partidos, sino de los que se sacrifican a su patria”, escribió. “Porque antes que partidario soy mexicano”. M *Investigad­or de la UNAM (Cialc)

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