Milenio

EDUCAR EN LIBERTAD

El antiautori­tarismo pedagógico que dominó la educación privada hace décadas llegó hasta las universida­des para dejarnos algunas lecciones

- GILBERTO GUEVARA NIEBLA*

La transición democrátic­a no fue acompañada, como podía haberse esperado, de una reforma educativa que reconfigur­ara los mecanismos de socializac­ión política — una reorientac­ión de la educación pública con el fin específico de formar ciudadanos democrátic­os. Es verdad que en los años posteriore­s a 1968 (década de los 70) se produjo en México de manera espontánea (y evidenteme­nte por efecto histórico de la protesta estudianti­l) una proliferac­ión de “escuelas activas” de carácter privado. Fue un fenómeno de clas e media y afectó por igual a la capital y a las grandes ciudades. La orientació­n teórico-pedagógica de estas escuelas fue diversa; se inspiraron por igual en Montessori, Piaget, Freinet, Freire, Pestalozzz­i, Froebel o Dewey. El eje ordenador de esta moda educativa fue el antiautori­tarismo pedagógico: la idea era formar a los niños en un ambiente distinto al ambiente autoritari­o y opresivo en que habían crecido sus padres. Ese espíritu antiautori­tario plasmó, a veces en versiones dogmáticas al extremo que algunos maestros se rehusaban a sancionar a sus alumnos incluso cuando incurrían en conductas en extremo revoltosas o malcriadas. El axi oma era “no reprimir nunca al niño”. Este curioso fenómeno educativo se reprodujo en los propios hogares de los niños en donde los padres buscaron ponerse en sintonía con la escuela y comenzaron a adoptar actitudes tolerantes y no represivas ante los pequeños. Ocurría a veces que, cuando en casa se recibían visitas, los visitantes descubrían con asombro que los críos de casa actuaban como energúmeno­s, se golpeaban, saltaban, corrían y lanzaban gritos salvajes sin recibir censura alguna. A veces ocurría que el visitante cometía la imprudenci­a de llamar la atención de los mocosos. De inmediato recibía un reproche enfático de los progenitor­es: —No seas autoritari­o, amigo, hay que dejar a los niños en libertad. ¿Te crees Días Ordaz o qué?

Estos afanes antiautori­tarios también se vivieron en la Universida­d en los años siguientes a 1968. Hubo estudiante­s que pidieron acabar con la estructura de poder autoritari­a de la UNAM y exigieron la desaparici­ón de la Junta de Gobierno y la creación de un co-gobierno de tal forma que la universida­d fuese gobernada en plano de igualdad por maestros y estudiante­s. En la facultad de Economía se creó una comisión mixta de maestros y alumnos que gobernó la institució­n durante algún tiempo, no sin tropezar con innumerabl­es problemas. En la facultad de Psicología una asamblea de estudiante­s resolvió, mediante votación, expulsar de las aulas a los psicólogos conductist­as a quienes acusaban de “servir a los intereses de la burguesía”. En Arquitectu­ra se creó un “autogobier­no” que, al menos por un tiempo, funcionó, al parecer, muy bien. En el CCH hubo quienes por el poder que tenían los maestros sobre los programas de estudio y exigieron que se “democratiz­ara” la forma de calificar a los alumnos. En esos mismos años la obra de Summerhill. Un punto de vista radical sobre la educación de los niños publicada por el Fondo de Cultura Económica se convirtió en bestseller y vendió decenas de miles de ejemplares. Ese movimiento antiautori­tario, sin embargo, no perduró, se desvaneció con el paso del tiempo. Fue sueño de un día.

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La tolerancia hacia los niños que se puso de moda degeneró en una falta de censura en el hogar también.
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Los afanes antiautori­tarios se vivieron en varios puntos de la UNAM.

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