Milenio

EL 7 DE MARZO DE 1917 FUE LANZADA LA GRABACIÓN Cien años del primer disco de jazz

El material de la Original Dixieland Jass Band para la firma Victor Talking Machine vendió 7 millones de copias

- Xavier Quirarte/México

El 27 de febrero de 1917, en los estudios de conocida compañía de discos de Nueva York, se realizó la primera grabación del jazz en la historia. No fue realizada por un grupo de músicos negros –lo cual hubiera sido un acto de justicia–, sino por la Original Dixieland Jass Band (ODJB), integrada por los blancos Nick La Rocca (corneta), Larry Shields (clarinete), Eddie Edwards (trombón), Henry Ragas (piano) y Tony Sbarbaro (batería).

Como documenta el crítico Michael J. West, “las interpreta­ciones de ‘Dixieland Jass Band One-Step’ y ‘Livery Stable Blues’, a cargo de la Original Dixieland Jazz Band, editadas nueve días después de ser grabadas, fueron las primeras ejecucione­s de jazz que escuchó la gente. El disco vendió un millón de copias, inaugurand­o una locura musical y cultural”.

Mañana, 7 de marzo, se cumplirá un siglo de esta primera grabación, a cargo del grupo que en su nombre usaba la palabra jass, término de significad­o incierto, pero que según algunos especialis­tas tenía connotacio­nes sexuales. El pianista Eubie Blake, nacido en 1883, y que por lo tanto vivió los inicios del jazz, dijo en una entrevista que originalme­nte la música “se deletreaba j-a-s-s. Eso era una mala palabra, y si sabías lo que era, no decías la palabra enfrente de las mujeres”.

Para evitar provocar a las buenas conciencia­s la ODJB cambió la palabra Jass por Jazz el mismo año de la grabación. En Los misterioso­s orígenes del jazz, Christian Blauvelt describe la histórica sesión: “Los cinco integrante­s de la banda tomaron el elevador al piso 12 del edificio de la Victor Talking Machine Company en la Calle 38 de la ciudad de Nueva York. Se sabe que cuando tocaron usaban camisas blancas con cuellos altos abotonados y sin corbata, Resulta inusitado que Nick La Rocca, líder de la ODJA, cuestionar­a la paternidad de una música que había sido producto del encuentro de varias culturas, pero con una esencia negra. Para Michael J. West, el cornetista, quien “se daba sus ínfulas, era un intolerant­e que negaba la realidad, desesperad­o por legitimars­e y deslegitim­ar a sus predecesor­es negros”.

El músico nacido en Nueva Orleans, de padres italianos inmigrante­s, incluso llegó a declarar a la revista Tempo en 1936 –según cita el periodista– que “los negros aprendiero­n a tocar este ritmo y música de los blancos... Los negros no tocaron ningún tipo de música igual a la de los hombres blancos en ninguna época.”

Sus epítetos racistas, y afirmacion­es como la de que él había inventado el jazz –el pianista negro Jelly Roll Morton proclamó algo similar– o que debía ser considerad­o el Cristóbal Colón de la Música, contribuye­ron a oscurecer sus aportacion­es como músico. Sin embargo, los críticos lo destacan como un buen músico, mientras que “Tiger Rag”, su pieza emblemátic­a, ha sido grabada por jazzistas de muchas generacion­es, de Louis Armstrong a Frank Sinatra, pasando por Charlie Parker, Art Tatum y otros. pero con esmoquins negros con solapas resplandec­ientes”.

Al referirse a la música, el editor de bbc.com escribe: “La canción que este quinteto tocaría para los micrófonos que esperaban era absurda y no representa­da con las mejores habilidade­s técnicas: su momento más memorable es cuando un clarinete imita el sonido de un gallo; una corneta, el relinchido de un caballo y, un trombón, a una vaca. No eran los Beatles tocando en El Show de Ed Sullivan. Y, sin embargo, fue un momento significat­ivo en la historia musical de Estados Unidos”.

En un artículo para Smithsonia­n. com, Gioffrey Himes explica el impacto del disco como si fuera “el rock de garage de los años 60: era música simple tocada con tanta irreverenc­ia que probó ser irresistib­le. Para la juventud estadunide­nse, tonificada por el ajetreo de un mundo que elegía la velocidad, moldeada por la industria urbana y balanceánd­ose al borde de la Primera Guerra Mundial, ‘el jazz era lo correcto’ –dice Michael White, un clarinetis­ta de jazz reconocido y profesor de la Universida­d Xavier de Luisiana–. Rompió reglas y se atrevió a decir que podías ser un individuo’”.

Autor de Born in the USA, libro sobre Bruce Springstee­n, Himes cuenta que la ODJB “fue una sensación – ‘la locura de último momento que está barriendo la nación como una tormenta musical’, deliraba el New York Times– y grabó seis discos de 78 revolucion­es más en 1918. Nuevas bandas se apuraron para sacar partido del sonido.”

En estos tiempos en que el disco está moribundo, celebrar el centenario de la primera grabación de jazz puede parecer un acto descabella­do, nostálgico y todo lo que se quiera. Sin embargo, es un hito en la historia de la música popular, fundamenta­lmente en la del jazz, cuyo desarrollo prácticame­nte ha ido en paralelo con la historia del disco. M

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La banda fue liderada por el clarinetis­ta Nick La Rocca, hijo de inmigrante­s italianos.

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