Con trastorno por atracón, 300 mil adolescentes mexicanos
Experto critica el recorte presupuestal para luchar contra la obesidad, ya que un enfermo controlado cuesta mil pesos al año y uno descontrolado $13 mil
En México 300 mil adolescentes (de 10 a 19 años) padecen trastorno por atracón (TA), una enfermedad metal —reconocida por la Asociación Americana de Psiquiatría e incluida en los manuales de salud mental de la OMS en 2013— que propicia comer cantidades excesivas de alimentos sin tener hambre y de manera veloz, explicó Armando Barriguete, director de la Clínica de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital Ángeles.
Barriguete, quien fue director del programa contra la obesidad cuando José Ángel Córdova Villalobos encabezaba la Secretaría de Salud, comentó que, de acuerdo con estudios epidemiológicos, en el país alrededor 1 millón 500 mil adolecentes tienen ingesta excesiva de alimentos, por lo que la dimensión de dicho trastorno puede ser aún mayor. El TA, explicó el experto, tiene como base el maltrato y la violencia intrafamiliar, la depresión e incluso se han reportado casos de abuso sexual, por ello los adolescentes sufren de ataques de ansiedad que cubren con la ingesta excesiva. “Llegan a comer en unas sola sentada lo que ingieren tres personas; comerse en minutos la mitad de un pastel, sumarle tacos, pizzas, hamburguesas y varios litros de refresco. Además, se paran durante la madrugada para asaltar el refrigerador”, refirió.
Se trata de un problema que, abundó, suele acompañarse en 25 por ciento de los casos de abuso de alcohol, tabaquismo y uso de sustancias psicoactivas.
Los afectados por ese mal también presentan aislamiento, bajo desempeño escolar o laboral, constantes incapacidades, además de que el TA causa alteraciones neurobioquímicas, que a veces propician obesidad, síndrome metabólico, hipertensión, diabetes e infartos cerebrovasculares.
El trastorno afecta a dos hombres por cada tres mujeres en el país. Para atender a un paciente con ese problema se requiere de un equipo multidisciplinario encabezado básicamente por psiquiatras o psicoterapeutas, a fin de otorgar tratamientos farmacológicos, además de orientación familiar y nutricional. Barriguete y Alejandro de Jesús Caballero Romo, especialista en trastornos de la conducta alimentaria del Instituto Nacional de Psiquiatría, señalaron que en el país hay pocos médicos capacitados y acreditados para atender la gran demanda de salud a causa de este trastorno, ya que son alrededor de 300, es decir, hay un especialista por cada mil enfermos. Barriguete agregó que a ese problema se suma que el gobierno federal hizo un importante recorte a las estrategias de prevención. “Estamos muy preocupados por el recorte al Programa de Prevención y Control de la Obesidad, Sobrepeso y Diabetes (por más de 580 millones de pesos) porque un enfermo controlado cuesta mil pesos al año y uno descontrolado 13 mil en ese mismo periodo”. “Hacienda debe saber que la inversión que no está haciendo ahora la tendrá que pagar muy pronto, porque esos pacientes desarrollaran obesidad, sobrepeso y enfermedades crónicas, y el problema será de tal magnitud, que no contarán con presupuesto suficiente para hacerle frente”, aseveró.
Las características del trastorno por atracón son evidentes, van más allá de comer mucho en una ocasión. “Presentan estados negativos de depresión, ansiedad, además de antecedentes de dietas que no siguieron con éxito. Suelen ser impulsivos y enfrentan conflictivamente los problemas”, detalló Barriguete.
Lupita, una paciente de 33 años que accedió a dar testimonio, explicó que de niña solía ser muy delgada, pero más grande, para agradarle a sus compañeros solía participar en concursos de comida chatarra, además de acudir con regularidad a todos aquellos lugares donde se oferta “comer todo lo que se pueda por el mismo precio”, al grado de que dejaron de permitirle la entrada. Llegó a levantarse por las noches a prepararse enchiladas bien surtidas y comérselas con la mitad de un pastel, más de 15 tacos y varios sobres de papas. “Si veo una película me preparo palomitas y me las termino antes de que inicie, por lo cual vuelvo a llenar la cubeta y la acompaño con varios litros de refresco; por supuesto, jamás me veo al espejo, me siento fea, me agredo, uso ropa muy holgada y me escondo de la gente. No soy feliz”, concluyó. M