Otra ciudad
Hace una semana me referí en este espacio a los bolardos, esos postes de pequeña altura fabricados en piedra o metal que se anclan al suelo para impedir el paso o el aparcamiento de los vehículos.
Supuse que la decisión de sembrar los bolardos en las calles y las esquinas le correspondía a Héctor Serrano, secretario de Movilidad de la CDMX, o al delegado Monreal. No es así, por lo menos no en su totalidad. Existe la Autoridad del Espacio Público, cuyo director Roberto Remes se encarga de bolardos, jardineras, supongo que ciclovías, nuevos camellones. Pensando en esto me di cuenta de que la Ciudad de México cambia radicalmente día a día sin que nadie relate para qué necesitamos estas alteraciones que modifican la vida de una parte de quienes vivimos en la Ciudad de México. Los cambios sin explicación se convierten en movimientos caóticos.
He vivido transformaciones radicales de la ciudad y bien que mal siempre hubo justificaciones, buenas o malas. Viví la desaparición de las calles de mi infancia, esa renovación dio lugar a los Ejes Viales. Carlos Hank González, regente allá en los años 70, se presentó al noticiero de Zabludovsky y explicó que sin esa transformación, el tránsito de la ciudad colapsaría. El tránsito, por cierto, ha colapsado 40 años después.
Después de los sismos de 1985 fui testigo de una idea de reconstrucción urbana y del nacimiento de las organizaciones sociales dedicadas a despojar, invadir y tomar terrenos para hacerlos suyos y ofrecer esa fuerza a los partidos políticos. De la Madrid le encargó a sus secretarios de Desarrollo Urbano, Manuel Camacho y Guillermo Carrillo Arena, y a Ramón Aguirre, regente de la ciudad, que inventaran el relato después de los terremotos de aquel año.
Durante meses y meses de suplicio se construyeron los segundos pisos. López Obrador dio la orden y aunque a él no le gustan las explicaciones, esa obra cambió la ciudad. Por cierto, la inversión sigue guardada bajo siete llaves. Marcelo Ebrard dedicó una parte de sus empeños al Metrobús y logró una de las mayores pifias que se recuerden en la obra pública mexicana en la Línea 12 del Metro.
No soy de los que creen que la inmovilidad sea una de las claves de la conservación urbana, al contrario, pero la movilidad desordenada provoca una maraña. ¿Para qué los bolardos, los nuevos camellones, las calles más estrechas, las esquinas impracticables? Por más que pienso no lo entiendo. M