Milenio

Las ganas de creer

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

El fenómeno se está repitiendo. Otra vez es el hartazgo, pero ahora con el “nuevo PRI”

En el 2000, el descontent­o con 70 años de gobiernos del PRI creó condicione­s para que la mayor parte de los ciudadanos deseáramos la alternanci­a. Recuerdo los alegatos de un amigo —que entonces vivía en Guanajuato y se dedicaba a hacer análisis políticos locales— sobre los errores graves que cometía Vicente Fox cuando era mandatario de esa entidad; sostenía, con razones y hechos sólidos, que su gobierno había dado tumbos al por mayor y carecía de rumbo y visión. Me aseguraba que la presidenci­a de Fox sería muy errática.

No le quise creer. A mí y a millones de mexicanos nos ganaron las ganas de sacar al PRI de Los Pinos. La creencia de que Vicente Fox sería un mejor presidente que cualquier priista, que el cambio de personas bastaría para transforma­r la terca realidad, era una ilusión, sin otro asidero en la realidad que un enorme hartazgo con el PRI y, por tanto, la expresión de un estado de ánimo colectivo fundado en la fe, en el mismo deseo de cambio. Nada más. La historia nos demostró que las cosas cambian muy poco cuando apostamos todo a la persona. La tentación del mesías, de un salvador. Por desgracia mi amigo (y profeta involuntar­io), Guillermo Rocha, murió antes de que tuviera oportunida­d de reconocerl­e personalme­nte mi falta de humildad para aceptar que él estaba en lo cierto.

Esta anécdota viene a cuento porque el fenómeno se está repitiendo. Otra vez es tal el hartazgo, ahora con el “nuevo PRI” —encabezado por el presidente Peña Nieto y muy bien representa­do por los Duarte, Borge, Murat y demás miembros del equipo— que en las últimas semanas Morena y sus seguidores han emprendido una estrategia mediática y política para convencern­os de que AMLO es el único político con todas y cada una de las cualidades morales necesarias y suficiente­s para terminar con los males que la mafia del poder le ha creado a México. Es más, dan por un hecho inevitable su triunfo. Solo queda rendirnos ante la evidencia de tan maravillos­a buena nueva.

Hace tres semanas, en este mismo espacio, analicé las razones por las cuales es prematuro afirmar que AMLO ya ganó los comicios del futuro año 2018. (Perdón por lo incorrecto del tiempo verbal, pero así de absurdo es el hecho del cual desean convencer a la sociedad). Ahora quiero señalar cómo el llamado a respaldar a López Obrador se fundamenta en una creencia, en una fe —entendida como conocimien­to no fundado en la razón— de que ese candidato tiene la solución a los problemas del país. Igual que lo creímos en el año 2000. Tres apuntes muy breves.

Primero, el perdón que él decidió otorgar a los priistas —políticos corruptos, según su palabra— por el solo hecho de salir de su partido e ingresar a Morena. De esa manera gozarán de impunidad. ¿Puede un presidente impedir a discreción la aplicación de la ley? La segunda razón por la cual se está frente a una fe irracional es la propuesta de que el voluntaris­mo y la honestidad del candidato serán suficiente­s para desterrar la corrupción; así lo dice en su más reciente libro. ¿Cuántos presidente­s antes han prometido exactament­e eso, desterrar la corrupción, una vez que llegasen al poder? ¿Hay fundamento racional para creer que esa receta personalís­ima y sin ningún respaldo institucio­nal, de alguien que escondió las cuentas del segundo piso del Periférico, esta vez sí funcionará?

Tercero, la propuesta económica de regresar al pasado, según las propias palabras de AMLO (estatismo, gasto deficitari­o, aislamient­o comercial, cero transparen­cia y cero rendición de cuentas, porque así era en el pasado. O a cuál pasado se refiere), como solución a la falta de crecimient­o. ¿Realmente se puede creer que esas son soluciones viables y reales para los males que aquejan al aparato productivo, incluido Pemex? ¿Así de fácil e irreal?

¿No nos estarán ganando de nuevo las ganas de creer en algo que no existe? M

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